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La gran deforestación - Yenny Carvajal (13 años)


En lo profundo de un bosque; las plantas florales de todo tipo. Desde refinadas lavandas hasta las rojas flores de Cayena, florecían en gran abundancia, donde las nubes eran tan blancas como el algodón, donde el cielo es tan azul como nunca pudieras imaginar, acompañado de los rayos del sol, una familia de colibríes vivía en aquel bosque en un alto y robusto árbol. La familia estaba conformada por el Señor Yaki, un padre de familia de plumaje azul profundo como el océano mezclado con tonos verde limón y en su pecho un visible detalle de color blanco. Luego estaba la Señora Quitara, amable y considerada, también de un hermoso plumaje azul celeste mezclado con tonos entre verdes y anaranjados. Quídea, la hija mayor de la pareja de colibríes, como buena colibrí, ayudaba a sus padres recolectando el néctar de las flores, su plumaje era parecido al de sus padres, con la clara diferencia que tenía entre su plumaje una sutil combinación de colores entre morados y verde limón. Quizás herencia de sus padres. Y por último Yuquilla apodada como Yuqui, era la hija menor de la pareja de colibríes, bastante enérgica e hiperactiva, aún no aprendía volar por lo que tenían que estar vigilándola, porque era capaz de saltar sin previo aviso del árbol. «¿Acaso has olvidado que no sabes volar?» era lo que le preguntaba su hermana cuando la atrapaba antes de caer al suelo y evitar sufrir un trágico final. Aun así la pequeña e hiperactiva Yuquilla practicaba con su hermana todos los días sin falta, agitando con fuerza sus alas, que exhibían un hermoso tono azul celeste, heredado de su madre.


Un día como cualquier otro, que parecía transcurrir con total normalidad, toda la familia de colibríes fue tambaleada repentinamente por un fuerte golpe, ¿Acaso había comenzado un terremoto y no se habrían dado cuenta de ello?, no es posible.

Los colibríes, demás pájaros y otras especies de animales tienen un sexto sentido que les ayuda a saber cuándo sucederá un terremoto, tsunami u otro evento sobrenatural, pero esta vez no les funcionó. De repente, otro golpe estremeció el tronco en el que estaban, y luego otro. 

Yaki y Quitara sacaron a sus hijas del nido rápidamente.  Quitara llevó a Yuqui en su espalda.  Mientras se alejaban, pudieron observar como una monstruosa silueta con una sierra mecánica estaba cortando el tronco del árbol sin fijarse en el nido que tenía en lo alto. Sin otro remedio más que huir del lugar, Todos pensaban en una sola cosa: tenían que hablar con alguien de lo que estaba sucediendo.

Ahora, ellos estaban volando, sin hogar a donde ir a causa de que su árbol estaba destruido por un egoísta monstruo, llamado ser humano.

A lo lejos Yaki notó una figura conocida, era Antonia, una tortuga algo anciana pero con mucha sabiduría la cual era una vieja amiga de él y su esposa.

Bajaron un momento y se posaron en una larga rama que se había caído, Yaki vio atento como Antonia estaba dirigiendo a otras pequeñas especies de animales, las cuales también estaban en la misma situación que ellos. Yaki se acercó y le habló diciendo:

–¿Antonia, sabes qué está pasando? ¿Los demás también se han quedado sin refugio? –preguntó mientras observaba como los animales corrían y volaban despavoridos.

Antonia intentaba calmarlos en medio de todo el caos, con árboles destruidos y talados por todos lados.

–¿Acaso no te has dado cuenta de que los humanos están talando todos los árboles del bosque? –respondió Antonia intentando sonar calmada, aunque era notable la preocupación en su voz.
–¿Y ahora qué podemos hacer?, ¿En dónde vamos a vivir? –exclamó Yuquilla
–No te preocupes, seguiremos buscando –respondió su madre, Quitara

Así que emprendieron el vuelo una vez más, el sol abrazador dificultaba bastante el vuelo, estaban agotados. Quídea estaba por dejar de volar, pero había que seguir. Por muy agotados y cansados que estuvieran. Hasta que sus energías se agotaron por completo y se toparon con una familia de abejas, la reina de la colmena le pregunto sobre la razón de que estuvieran por allí, ya que por la zona de esa colmena de abejas aún había árboles. La familia colibrí le explicó lo ocurrido: «Los humanos han destruido todos los árboles en nuestro habitad y ahora estamos sin un hogar; como la mayoría de los animales del bosque», explicó la señora Quitara. Por otro lado mientras Yuquilla descansaba, Quídea estaba pensativa hasta que le preguntó a su padre.

–¿Cómo haremos para que los humanos comprendan que no deben de seguir talando los árboles?
–Tengo una ingeniosa idea, iremos y le cantaremos una bella melodía, todos juntos, para que así entiendan el daño que la tala representa para nosotros y los demás animales –explicó el padre a toda la familia.

Volaron de vuelta y le explicaron el plan a los demás animales incluyendo a Antonia. Algunas aves se encargaron de buscar flores para lanzarles a los humanos desde arriba, las abejas estuvieron atentas para picar en caso de que el plan fallara y un humano insensible intentara seguir talando. Todas las aves se unieron en una sola voz. Los humanos por su parte enternecidos por el canto de las aves reflexionaron sobre el daño que estaban causando tanto para el ecosistema como para las especies animales. Desde ese momento se creó una ley, «Si talas cierta cantidad de árboles, se deberá de compensar sembrando el triple de la cantidad talada». Así, los animales de aquel bosque pudieron encontrar nuevamente la paz, en sus hogares.


Yenny Carvajal