Maturín es una ciudad especial en todos los aspectos. Reza un dicho popular que: "El que viene a Maturín por primera vez y bebé agua del Guarapiche, se queda aquí para siempre". Eso lo corroboramos con nuestro recordado, querido amigo y vecino nuestro don Miguel Molano Morris, padre de mis afectos amigos, los Molano Antonini; un punto de referencia comercial que marcó pauta en el diario acontecer de esta ciudad capital. Su egregia figura acompañada de esa sonrisa a flor de labios y ese entusiasmo perenne y afectuoso, de pie frente a su negocio de repuestos de toda la vida, con sus clásicos tirantes que le distinguían desde lejos.
Qué recuerdos aquellos del sector de Las Palmeras. Un Juan Manuel Rodríguez Guzmán y su conocida casa de repuestos, a solo una cuadra de la avenida. La esquina de la bomba de gasolina de don Nicasio Malaver, en donde hoy funcionan talleres automotrices y de escapes; justo en frente, la escuelita de Margaritica Mieres y justo al lado la bodeguita de Tomas, parada obligatoria para todo aquel que pretendía entrar al cine y en donde compraba las chucherías o las tradicionales cajitas amarillas de chiclets Adams sabor a menta.
Qué tiempos aquellos, cuando frente a la entrada del cine Rialto, se colocaban los vendedores con sus carritos de perros calientes o el señor árabe de las cotufas, las carretillas con los sacos de mazorcas calientes y los populares maniseros con sus cantos publicitarios: “manisero, maní, maní, maní”
En esa misma cuadra del cine, la famosa y humilde barbería Fenix y a su lado el taller de reparaciones electrónicas de un señor muy amable de piel oscura y origen trinitario quien dejaría el local a sus dueños para ser transformado en otros más modernos en donde se ubicaría la Barbería Pippo, un risueño y amable italiano que se dio a conocer en muy poco tiempo por los vecinos del sector y sus alrededores. Quién no se cortó el cabello en la barbería de Pippo, en aquellos tiempos y muchos años después.
Un poco más al sur, en la esquina, el Bar-Restaurant “La Gran Parada”, un negocio propiedad de unos españoles que luego se mudarían a otro local en la calle Azcue al que llamarían “El Rincón Español”. Frente a este negocio, al otro lado de la avenida, podíamos conseguir al imponente Hotel Mallorca, un sitio muy frecuentado por los viajeros y visitadores médicos.
En esa parte del sector, estaba la sastrería del señor Antonio Cabrera, un negocio que además de sastrería, funcionaba como quiosco de revistas y periódicos en donde acudían los muchachos del sector a comprar las famosas novelas vaqueras de Marcial Lafuente Estefanía, que luego de leerlas las cambiaban frente a la entrada del cine Rialto por las noches.
Subiendo por la avenida en sentido norte, nos encontrábamos con El Piano Bar de Vladimir Mendoza; “El Jet Set”, justo frente a la estatua de José Tadeo Monagas, donde por las noches los niños del sector, acostumbraban jugar, dando vueltas a su alrededor sin cansarse. Justo en frente, la residencia de los Molano Antonini, flanqueada por un lado de sendas casas de madera, estilo bungaló y del otro, lo que en su tiempo sería el Hotel Alameda, que terminó siendo consumido por un incendio en 1975. Justo en una de esas casas vivía Elvigio Silvio, el dueño de Publicidad Figura, empresa que funcionaba en la parte trasera de su casa y que utilizaba todos los años, para promocionar los carnavales y participar en los desfiles con alguna carrosa o en ocasiones con una comparsa con la que dejaba ver la calidad de su trabajo.
En la acera de enfrente, había un negocio, propiedad de un señor muy mal humorado que acostumbraba sostener siempre un tabaco encendido en sus manos y a quien los muchachos del sector solían molestar todas las noches, al pasar corriendo frente a su negocio mientras gritaban a todo pulmón “Tabaco”. Esto hacía enfurecer al señor de tal manera que salía de inmediato portando una gomera con la que le disparaba metras a los jóvenes mientras despotricaba sobre cada uno de ellos.
Siguiendo nuestro andar hacia el norte, nos encontrábamos en la esquina con una gran construcción estilo fortín de épocas pasadas en donde funcionaba la llamada “Quinta División” antes de ser mudada al sitio en donde funciona actualmente la Universidad Bolivariana de Venezuela, para permitir la instalación de en su lugar de la Dirección Nacional de Identificación y Extranjería, institución que funcionó allí por algunos años hasta que la construcción fue derribada para dar paso a lo que hoy es el Edificio Don Pedro, una gran construcción civil que dada su altura, puede verse sin problemas desde varios puntos de la ciudad.
El resto de la avenida se encuentra marcado por la presencia de la Logia Masónica y su edificación estilo romano con cuatro grandes columnas que soportan un pórtico en donde se pueden ver las grandes letras “A L G D G A D U”, cada una en un recuadro y que según hacían referencia a un dicho masónico: “A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo”.
La última parte de la avenida era meramente familiar, con casas humildes de techos de zinc y al final nos encontrábamos con las dos últimas casas de madera estilo bungaló que compartían espacio con la Residencia del Gobernador y el Club Maturín, en donde se acostumbraban realizar sendas fiestas amenizadas por orquestas como La Billos y Los Melódicos. Con el tiempo, las instalaciones de este hermoso club, semi abierto, terminarían en manos del estado y serían modificadas para albergar en ellas las oficinas de la Fundación del Niño y el programa de asistencia Negra Matea.
Hay mucho que decir y recordar de aquellos tiempos: el negocio de don Ramón Chong; el billar de Liscano con sus famosas tostadas; la Barbería de Narváez y Víctor, que luego fue de Pippo; La Agencia de automóviles de don Chucho Simosa; la Casa de las Mangueras y todos esos vecinos que más adelante iremos recordando.
Por:
Dionisio Núñez Garantón.