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El reino de la irracionalidad - Amarilis Salazar


Cada instante las redes sociales incorporan todo tipo de contenidos. Hay algunos que, por su amarillismo o fuentes poco fiables, apenas los miramos. Sin embargo, otros son hechos que, por su extrañeza o singularidad, sorprenden. Atraen nuestra atención y nos obligan a hurgar sobre ellos. Y una vez leída y digerida la noticia, se juntan atropelladamente y de manera espontánea diversas exclamaciones, asociadas con el tema de la irracionalidad del ser humano.

Son frases que al unísono se pronuncian. Casi de inmediato nos escuchamos decir: 
¡Qué inhumano! 
¡Está demente! 
¡Insensato! 
¡Paradójico! 
¡Falto de juicio! 
¡Descerebrado! 
¡Enajenado! 
¡Perturbado!, ¡loco!… O todas juntas. Y cada una de ellas es admisible. Calzan a la perfección dentro del término irracional. Unas más apropiadas que otras, pero siempre estarán referidas a los comportamientos ajenos a la razón, a la reflexión, a la coherencia o al sentido común.


Pongamos, por ejemplo, el caso de Dominique Pelicot, francés, un total desconocido que, el año pasado, salió del anonimato. Se descubrió que durante diez años drogó a su esposa Gisèle y contactó a más de setenta hombres para que la violaran. Mientras el acto se consumaba, él grababa y fotografiaba las escenas.

Pelicot se comunicó con varios varones, obsesionados por el sexo, para que practicaran relaciones sexuales con una mujer, su cónyuge, sin el consentimiento de ella. Es decir, quienes aceptaron la invitación tuvieron como pareja un cuerpo inerte y dopado, que tan sólo emitía ronquidos como única muestra de estar vivo. Esto último lo corroboran los vídeos presentados ante la justicia francesa.
La pareja llevaba más de cincuenta años casada. Todo se descubrió porque a Pelicot le dio por tomar fotos por debajo de las faldas de las féminas. Fue acusado por una de las víctimas y detenido. Se le incautó su móvil, en el cual guardaba innumerables videos pornográficos, cuya protagonista era la dopada e inconsciente Gisèlle, su esposa. Así como fotos de su hija y nueras, dormidas y desnudas.

El caso tuvo amplia cobertura mediática. Pelicot y sus cómplices fueron juzgados y condenados a presidio. Aquí la irracionalidad, o comportamiento anormal, o como usted quiera llamarlo, no fue óbice para que el esposo pidiera perdón a su esposa. Y confesará no haber tocado a hija y nueras. Todos los acusados mostraron arrepentimiento.

Ante ese reconocimiento de Mea Culpa y solicitud de perdón a las víctimas, surgen preguntas sin respuestas, entre ellas: ¿cómo le ocurrió a Pelicot ese estado de obnubilación que permitió la pérdida de cariño, de respeto y de consideración hacia su familia? Y a los otros, violadores, hombres de diferentes edades y oficios, ¿qué sensación, cuál es el goce de tener sexo con un cuerpo de una septuagenaria, inerte, indefenso, sin ninguna expresión, salvo sus ronquidos?

El otro ejemplo, diametralmente opuesto, es Anthony Loffredo, francés, de treinta y tres años. Quien quiere convertirse en un alien negro, un Black Alien, un extraterrestre. En su recorrido por cumplir su objetivo, se ha sometido a varias cirugías. Ya se amputó varios dedos de cada mano para convertirlas en garras. Las orejas se las quitó. Cortó su nariz. La lengua la dividió en dos partes; es bífida y coloreada de verde. Extirpado su cuero cabelludo, se ha sometido a varios implantes. Su piel está llena de tatuajes negros, incluyendo sus ojos. No obstante, manifiesta sentirse bien.

Llegado a este punto, ya hemos caracterizado esta conducta dentro del espectro de la irracionalidad. Pero me gustaría, a modo de echarle más leña al fuego, preguntarle a Loffredo: ¿si ha visto o conoce físicamente a un extraterrestre? Porque, si lo afirma, entonces: ¿ese modelo no terrícola, al cual quiere parecerse, es único en todo el universo?, ¿y corresponde a los habitantes de qué planeta?

Pero si su respuesta es negativa, ¿de dónde proviene esa imagen de alienígena que es su ideal?, ¿y por qué no tomar como ejemplar al simpático y cabezón E.T., the extra-terrestrial, protagonista de la película producida y dirigida por el cineasta norteamericano Steve Spielberg?

Mi tormento es que puede surgir otro tipo de alienígena: con las orejas en los brazos, con los ojos en el pecho, sin cabeza, con tres manos o sin manos… En fin, sobra la imaginación. Y, ante las terribles e irreversibles operaciones quirúrgicas que se ha practicado Loffredo y pretende practicarse, le resultará cuesta arriba asemejarse a un nuevo modelo de marciano.

Claro está, es imposible que Loffredo responda mis inquietudes, pero sí cabe la posibilidad, por esos vaivenes de la vida, que lleguen a sus manos los libros de Carl Sagan. Astrofísico y astrónomo norteamericano, divulgador científico y profesor de prestigiosas universidades americanas. Asegura este especialista que no podía afirmar la vida de seres fuera del planeta Tierra, por la sencilla razón de que no existían evidencias que así lo comprobasen.

En fin, visto lo anterior, menos mal que estos sucesos de irracionalidad aún nos espantan y los condenamos. Porque lo contrario, la indiferencia, apatía o la banalización que muestre la sociedad ante estos casos, no es la solución para evitar su ocurrencia. Afortunadamente, en el caso de Pelicot, las instituciones francesas hicieron su trabajo en defensa de Gisèle, tal vez un poco tarde.

En relación con Loffredo, quien ha decidido discapacitarse, la situación tiene otro matiz. Puede argumentarse que es libre de hacer con su cuerpo lo que le venga en gana. En efecto, así es. Pero las consecuencias de su condición, a la corta o a la larga, las asumen los contribuyentes y la sociedad en general. Por eso, se me ocurre que debieran existir instituciones que prohiban la extirpación de órganos y partes sanas del cuerpo humano, sin importar a quién pertenecen. ¿Usted qué opina?

Lamentablemente, hechos como estos son difíciles de erradicar de la naturaleza humana. Abundan y son propios del reino de la irracionalidad, y han estado presentes en todas las épocas y geografías. Nos queda el consuelo, a los que permanecemos en el mundo racional, de que no necesitamos acudir a textos especializados o a sobresalientes expertos, ni mucho menos revisar doctos estudios de psicología o psiquiatría para calificar y rechazar conductas insólitas. ¡Y ojalá sea siempre así!