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Las aventuras de Margarita, La mosca

 

Había una vez una diminuta mosca llamada Margarita. Aunque su tamaño no era impresionante, su espíritu aventurero era inmenso. Vivía en un rincón oscuro de la cocina de la señora Rodríguez, donde las migas de pan y las gotas de miel eran su alimento diario.  Margarita no conocía otro sitio, más que la cocina de la señora Rodríguez, para ella ese era todo su mundo.

Un día, mientras Margarita exploraba la encimera de la cocina, posándose una y otra vez sobre las gotas de miel, vio como la luz del sol, que estaba muy brillante, se filtraba a través de los cristales, creando un camino dorado y brillante hacia el exterior. Margarita, a pesar del temor que sentía a lo desconocido, no pudo resistirse. Extendió sus alas y se lanzó hacia aquel inmenso y llamativo mundo desconocido.

Su primer contacto fue con el jardín, que era un lugar maravilloso, lleno de muchos colores que antes no había visto. Las flores desplegaban sus pétalos en un arco iris de colores, y las abejas zumbaban alrededor de ellas, ocupadas recolectando su preciado néctar. Margarita se sintió en un principio como una intrusa, pero la emoción que sentía por todo aquello que veía por vez primera, la hacía continuar en su aventura.

Voló hacia una rosa roja y se posó en uno de sus pétalos. En eso, escuchó como la rosa le susurraba:

—Bienvenida, pequeña mosca. ¿Qué te trae por aquí?
Margarita sonrió y respondió:
 
—Estoy buscando algo emocionante. Quiero ver el mundo más allá de la cocina de la señora Rodríguez.

La rosa asintió como movida por el viento. 

—Entonces debes visitar el bosque. Allí encontrarás muchas flores y árboles muy altos, arroyos murmurantes y criaturas misteriosas.

Margarita, decidida a continuar su aventura, siguió el consejo de la rosa y voló hacia el bosque. Las hojas crujían bajo sus patitas mientras exploraba. En un árbol, se encontró con una araña tejedora que le mostró cómo hacer una telaraña. Más tarde, se posó sobre un junco en una laguna, en donde charló con un saltamontes sabio que le contó historias sobre sus viajes a sitios muy lejanos.

Una tarde, mientras descansaba sobre una hoja, Margarita escuchó un zumbido familiar. Era una abeja llamada Benito. Benito estaba perdido y no sabía cómo regresar a su colmena. Margarita, viendo la desesperación de la abejita, se ofreció ayudarle y juntos volaron hacia la colmena, sorteando obstáculos mientras se reían por todo el camino.

La colmena estaba con muchas abejas trabajadoras. Margarita se sintió inspirada por su dedicación y cooperación. Benito le agradeció y le pidió se quedara con ellas.  Así que Margarita aceptó y nunca más regresó a la cocina de la señora Rodríguez.



Por:
Copilot
Inteligencia Artificial de Miccrosoft