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El gato malo

 

Un día, en ocasión que un niño y su madre pasaban por un estrecho callejón usado como atajo para llegar más pronto a la estación del tren, se les acercó un lánguido y maltrecho gato. El animal aprovechando la impresión que había causado al niño, rogó para que lo aceptaran como mascota, argumentando que su antiguo dueño lo había abandonado después que se cansó de darle una muy mala vida. El inocente niño conmovido por aquella historia suplicó a su madre

—Mami por favor deja que me quede con él.

—No hijo —respondió la madre—.  Recuerda que ya tienes una mascota en casa.

—Anda mamá, no ves que está solito y alguien le puede hacer daño, no te das cuenta que ha sufrido mucho.

Fue tanta la insistencia del niño que la madre no pudo negarse a tal solicitud. 

—Está bien hijo, está bien, tú cuidaras que no se meta en problemas.  


Y así, el niño muy contento abrazando su nueva mascota siguió con su mama directo a tomar el tren que los conduciría a su casa.  Horas más tarde…


—Bueno, gato, ya llegamos —dijo la mujer con recelo.  

—Te puedes quedar en esta habitación, pero mucho cuidado con este canarito que nos costó mucho dinero; tú sabes, por eso de que a los gatos les gusta comer esta clase de animalitos.

—No señora, no se preocupe por eso —respondió el gato—. Yo soy un gato muy educado y jamás intentaría hacer una cosa así.

 — Está bien —replicó la mujer con suspicacia.

En lo que el gato consideró que estaban todos dormidos, muy sigilosamente llegó hasta la jaula del pajarito, se montó en una silla y la abrió con mucho cuidado; al instante, como un rayo, de un zarpazo lo tomó comiéndoselo de un solo bocado.

Al otro día cuando todos se habían levantado, el gato estaba muy dormido aun con las plumas del pajarito en el hocico. 


—Mira mamá el gato se comió al pajarito.

—Yo sabía —dijo la madre—.  Ese gato me daba muy mala espina.

—Gato malo, gato malo —gritaba furiosa la mujer mientras perseguía al gato que ya había salido a toda carrera de la casa y se perdía al final de la calle.


Ya en la noche se encontraba parado frente a otra casa. 

Tun, tun, tocó la puerta. En lo que sale un anciano muy despeinado y barbudo el gato le comentó.

—Ay señor, disculpe la molestia, yo vine a ver si usted podía darme posada por esta noche, fíjese que mis dueños eran muy malos, no me daban comida y me pegaban y me pegaban.

El hombre miró al gato frente a la puerta con cierta desconfianza; al final dijo:

—Está bien gato… Entra, te vas a quedar en este cuarto, pero; mucho cuidado y pasas a la otra habitación, allí está una pecera con un lindo pescadito de colores que compré esta mañana para regalárselo a mi nieto en su cumpleaños. Tú sabes, por eso de que a los gatos les gusta comer esta clase de animalitos. 

—No señor, no se preocupe por eso —respondió el gato—. Yo soy un gato muy educado y jamás intentaría hacer una cosa así.

—Bueno, me voy a acostar, pero mucho cuidado gato.

Al rato en lo que consideró que el anciano estaba dormido, muy sigilosamente entró en la otra habitación, llegó donde se encontraba la pecera y al instante, como un rayo, de un zarpazo tomó al pescadito y se lo comió de un solo bocado.

Al otro día cuando el anciano se levantó, el gato se encontraba dormido; pero, aún conservaba las escamas del pez en su hocico. El hombre sorprendido e irritado tomó una escoba y dio de escobazos al gato mientras gritaba.

—Gato malo, gato malo, te comiste el pececito, gato malo, gato malo.

Y así dando de escobazos al gato lo persiguió por un callejón hasta que se le perdió de vista.

Ya al anochecer, el gato llegó a una casa que se encontraba muy apartada de la ciudad… Y nuevamente.   Tun, tun, tun. Tocó la puerta. En lo que sale un hombre con una bata blanca y usando unos lentes algo extraños el gato sin perder tiempo montó su show.   

—Ay señor, disculpe la molestia, yo vine a ver si usted podía darme posada por esta noche, fíjese que mis dueños eran muy malos, no me daban comida y me pegaban y me pegaban.

El hombre miró al gato detenidamente, no estaba muy seguro de acceder a la solicitud del pícaro animal; sin embargo, se rascó la cabeza y al final dijo:

—Ok gato, entra, te vas a quedar en este cuarto, pero mucho cuidado y pasas a la otra habitación, allí esta mí laboratorio y tengo un ratoncito blanco que voy a utilizar para un experimento muy importante. Tú sabes, por eso de que a los gatos les gusta comer esta clase de animalitos.
—No señor, no se preocupe por es eso —respondió nuevamente el gato—. Yo soy un gato muy educado y jamás intentaría hacer una cosa así.
—Bien, me voy a acostar, pero mucho cuidado gato —insistió el hombre.

Al rato, nuevamente, en lo que el gato consideró que el hombre se había quedado dormido, muy sigilosamente entró en la habitación donde estaba el laboratorio, buscó entre unos estantes y al fin encontró una pequeña jaula donde estaba el ratoncito blanco, la abrió y al instante, como un rayo, de un zarpazo tomó al ratoncito comiéndoselo de un solo bocado.

Al otro día cuando el hombre se levantó el gato se encontraba dormido aun con el rabito del ratoncito en su hocico.  El hombre sorprendido y muy mal humorado tomó un bate e intentó dar de batazos al gato mientras gritaba.

—Gato malo, gato malo, te comiste al ratoncito, gato malo, gato malo.

Y así, con el bate en la mano lo persiguió por toda la calle, hasta que el malvado animal ya saliendo de la ciudad, se le perdió de vista.

Como el gato había corrido tanto y estaba muy cansado decidió volver a la ciudad nuevamente. Al anochecer cuando ya había llegado comenzó a tocar algunas puertas que no le fueron abiertas, entonces se percató que en una colina no tan lejos de donde él se encontraba se hallaba una casa muy grande protegida por una cerca muy alta, después de meditar un rato, resolvió probar suerte en aquella gran casa y así colándose por debajo de la cerca y después de recorrer una corta avenida llegó hasta una de las puertas principales.

Tuntún, tuntún; la tocó fuertemente por cuanto ese día no había tenido mucha suerte, cuando fue a intentarlo de nuevo la puerta se abrió. En lo que salió un joven muy flaco y pálido usando una braga y unos guantes de hule, el gato le comentó. 

—Ay, joven, disculpe la molestia, yo vine a ver si usted podía darme posada por esta noche, fíjese que mis dueños eran muy malos, no me daban comida y me pegaban y me pegaban; primero fue un niño muy travieso y su mamá, todos los días sin yo hacer nada me daban de escobazos; luego  un viejo muy testarudo, se paraba por la mañana y me ponía a trabajar y también me daba de escobazos todos el día y después un hombre que estaba como loco, todos los días se vestía con una bata blanca, me metía en una jaula y me sacaba la sangre con una inyectadora muy grande y después me pegaba y pegaba.

El argumento del mentiroso gato convenció al joven pálido y flaco, quien al final dijo:

—Está bien gato me has convencido, te voy a dar posada por esta noche, te puedes quedar en este cuarto, pero no vayas abrir esta puerta, te lo digo por eso de que los gatos son muy curiosos.
—Descuide joven, no se preocupe por eso —respondió el gato—. Yo soy un gato muy educado y jamás abusaría de la confianza que me dan.
—Está bien, me voy a acostar, pero mucho cuidado gato —insistió—. No vayas abrir esa puerta.

En lo que el joven se quedó dormido, el gato sin hacer ruido se dirigió hasta la puerta que le habían señalado y muy lentamente la abrió, cuando entró no pudo divisar nada porque el cuarto estaba oscuro, entonces decidió encender la luz; no tuvo tiempo de sorprenderse pues frente suyo se encontraba un inmenso león que, al instante, como un rayo, lo tomó de un zarpazo y se lo comió de un solo bocado.

No se había percatado aquel malamañoso gato que aquella gran casa era el zoológico de la ciudad y que había entrado justamente en la jaula del león, pagando así todas sus marramuncias.



FIN


Por
Félix Leonett
Escritor