Muy cerca de las líneas que marcaban la futura carretera hacia Baruta estado Miranda, a mediados del siglo XIX, hubo una casita de campo muy bien cuidada en donde vivía un matrimonio. Juan y Carmelita (así los llamaremos). La pareja muy joven nunca tuvo hijos, pero no fue problema para que fueran felices y se amaran. Juan trabajaba en una finca cerca de Las Mercedes razón por la cual algunas veces por el largo trayecto, los aguaceros o cualquier problema tenía que quedarse. Carmelita era una bella mujer, honrada, con una cabellera que pasaba un poco más abajo de su cintura, ella se agarraba dos clinejas, gruesas que al final adornaba con flores o lazos de colores.
Un día Juan salió como de costumbre a su casa, llegó y no encontró a Carmelita. Pensó que seguramente estaba tomando café como siempre acostumbraba al atardecer cerca de la quebrada. Fue hasta allá pero no se encontraba. Fue a una casa vecina y le dijeron que no la habían visto en todo el día. Esto le extraño a Juan porque Carmelita nunca se alejaba de su casa. E incluso preguntó entre el grupo de obreros que construían la carretera y que concluían su labor de ese día, pero nadie le dio razón. Pasaron 10 años.
Un mediodía, varios obreros estaban sentados en el suelo almorzando cerca de una gruta, uno de ellos lanzó una botella hacia la boca de la gruta y de repente salieron muchas guacharacas, volando y haciendo ruido. Uno de los hombres que comía en el grupo se levantó de repente y exclamó en alta voz "Solo ellas fueron testigos"...uno de sus compañeros lo agarró por el brazo y el hombre se puso como loco. El hombre gimiendo exclamó "Ya no aguanto, yo la mate, está al fondo de la cueva, por favor sáquenla de allí".
Esa mujer me gustaba mucho exclamaba dirigiéndose al grupo mientras lo sostenía el compañero pero nunca me correspondió, siempre me rechazaba. Un día le pedí agua, ya todos se habían ido a sus casas, ella entró a la casa, la violé y la mate. La escondí al fondo de esa cueva. El grupo de hombres se miraban entre si y el vigilante decidió amarrar al hombre y llevarlo hasta la cueva. Recorridos varios metros al fondo pudieron observar algo que colgaba como de una columna de piedra. Era el cadáver de una mujer que gracias al intenso frio en la zona permanecía prácticamente intacto, como disecado. Sus senos habían sido cortados y sus clinejas le daban vuelta al cuello. Todos se alumbraban con lámparas de carburo y quedaron paralizados ante lo que sus ojos veían. Fueron las aves las que remordieron la conciencia del asesino que revivió ante el alboroto el crimen que años atrás había cometido.
Se comunicaron con el comisario de Baruta, al rato llegaron las autoridades y procedieron a detener al individuo que aún gemía y sudaba mucho. Unos vecinos se acercaron y corroboraron la desaparición de Carmelita y de cómo su esposo estuvo esperándola por varios años. Le informaron al comisario la dirección de Juan que vivía en Caracas. Recordemos que para aquella época Caracas estaba distante de La Trinidad y sectores cercanos a Baruta. A finales de la tarde del día siguiente del hallazgo llegó Juan. Todos estaban esperándolo, se le acercaron y abrazaron…
Juan solo repetía “Yo sabía que mi Carmelita no se había escapado con nadie, porque ella era una buena mujer, honesta y me amaba”.
Angélica Olivero
Periodista / Escritora