Corrían los primeros años del siglo XXI. Mi hermano Luís, ya jubilado de la Empresa Petrolera Sinclair, vivía en su casa de Campo Rojo en Punta de Mata. Se preparaba para ir a su finca Bienfresca cuando sonó el timbre de la casa. Fue a abrir la puerta y se encontró con tres hombres, que habían llegado en un carro, eran dos rubicundos americanos de mediana edad y un latino con un maletín. Este llevó la palabra, después de saludar preguntó:
—¿Usted es el señor Luís Febres?
Al contestarle afirmativamente comenzó a explicar:
—Gracias a Dios que lo hemos encontrado, tenemos muchos días tratando de dar con su paradero, yo soy Daniel Pérez, representante de una empresa de seguros e investigaciones, mis dos compañeros son norteamericanos que no hablan español, yo soy el traductor.
Luís los mandó a entrar y ya sentados el guía continúo la historia:
—Ellos eran una familia de Houston, la madre viuda y 3 hijos, en la década de los 60 el hijo mayor se alistó en un barco petrolero de la Sinclair que venía a Venezuela a cargar petróleo en el Chaure y Guanta en el Oriente. El joven enfermó y murió en la travesía. El cadáver fue enterrado por orden de la Empresa, no sabemos dónde. Ahora, 30 años después murió la madre, era una persona adinerada y dejó una orden en su testamento, que la herencia se repartiría cuando los restos de su hijo perdido fueran expatriados a Estados Unidos. Por eso los dos hermanos vinieron a Venezuela a tratar de rescatar los restos del fallecido. Recurrieron a mi Agencia, me encargué del caso y tras una ardua investigación en la Sinclair, Guanta y El Chaure solo logré determinar que un tal Luís Febres fue el encargado del entierro, lo hemos buscado y afortunadamente hemos dado con usted, por favor, díganos donde están enterrados los restos.
Luís que recordaba el suceso, les contestó:
—Hace tanto tiempo que se me había olvidado, me encargué del sepelio y lo enterré en el Cementerio de Punta de Mata.
Una sonrisa de felicidad afloró en el rostro de los americanos cuando le tradujeron la noticia.
El guía le dijo a mi hermano que iban a preparar todos los trámites y documentos para el desentierro y traslado de los restos en una caja sellada para su envío a Houston.
Agradecidos se marcharon a buscar todos los permisos necesarios para exhumar los restos del finado.
A los pocos días regresaron con todo listo, hasta dos hombres con picos y palas y una caja metálica con una cerradura para ser sellada. Buscaron a Luís y juntos fueron al cementerio. En 30 años, todo había cambiado, la parcela donde debería estar el túmulo se encontraba abandonada y no había señal alguna en las tumbas. Luís se sintió confundido y no encontraba que hacer, imposible determinar la posición exacta del lugar de ésta, miró a todos lados y apuntando un monumento al azar les dijo:
—Yo creo que es ese.
Los obreros aupados por los visitantes comenzaron a desenterrar la urna. Por fin la destaparon, una osamenta pequeña y con una cabellera larga y blanca se les presentó. Los dos americanos al unísono brincaron gritando a dúo:
—¡My brother, my brother!
Tomaban los restos y los metían en la caja metálica, bajo el silencio de los demás la sellaron, pusieron el documento preparado e hicieron que lo firmaran los allí presentes, creo que hasta Luís lo hizo.
Los vio alejarse y nunca más supo de ellos. La duda quedó pendiente de un hilo que nunca se rompería.