Anidaron en casa en busca de asilo, compartiendo su trinar en horas precisas. Era el pago que ofrecían por haber encontrado un lugar donde aguardar, descansar y procrear.
Les vi ir y venir cargando en sus picos, los finos y selectos materiales con el que construyeron su aposento en un pequeño espacio, en lo alto de la casa, de donde tiempo atrás, dos polluelos; un tanto maduros, habían emprendido se propio vuelo.
Al tiempo, con aquel lar meticulosamente construido, solo el macho salía en busca de algunas cosas; la hembra, en cinta, aguardaba paciente.
El macho, al llegar, se anunciaba con su melodioso canto, siendo correspondido por quien ansiosa le esperaba. Conducta imitada por el hombre, Pero difícil de superar como espectáculo.
Varias semanas después, se dejaba oír el inconfundible coro de los pichones y la algarabía de sus progenitores en señal de celebración. Rutinariamente salían en búsqueda de alimentos, para dar a sus crías en desarrollo, el fortalecimiento necesario...
Aquella escena de pájaros en cuido, protección y enseñanza de sus crías, dejo de brindar su trino envolvente, y sus diarias peripecias.
Los pichones, crecidos, emprendieron su propio vuelo...
Dejando el nido vacío.