Los girasoles
Hermosos, majestuosos
Regalo de la naturaleza
Que inunda de vida y color cada espacio,
Cada jardín, cada amanecer…
Cómplices del viento
adornan su belleza con vistosos trajes de Araguaney
para continuar su diario coqueteo con el sol.
Caricias mil
Caricia a mis ojos, el sol al amanecer,
caricia, la del viento cuando roza el cañaveral,
cuando besa tímidamente la plateada espuma del mar,
cuando visita la mies, cuando baila en la hojarasca
en una tarde cobriza en una alfombra esmeralda...
caricia, el beso de la madre en la tierna piel del bebé,
son caricias a mi infancia la presencia de mis padres,
mi hogar, mi trigo, mi cama
y la sonrisa de la abuela, en la inocencia de sus canas.
Caricias a mis pies descalzos brinda la arena en la playa,
es también la voz amada que en susurros dice mamá...
caricias, las que estremecen de emoción tu palpitar.
Caricias... es regalo a mis sentidos,
la cigarra en los bucares,
el encuentro entre los dedos y cuerdas de una guitarra,
el vaivén del bailarín al compás de un violín.
Caricias de Dios a mi vida, es saberme sana,
es sentirme viva, es sentirme amada.
Aquellos Días
Aquellos inolvidables días,
perfumados con la suave y fresca brisa decembrina,
impregnada de aromas y emociones,
salpicada de susurros y temores.
Remembranzas de la infancia,
entrelazadas con la sinfonía natural de nuestro entorno:
¡Nuestra casa, nuestro patio!
¡Sus sonidos y sus vientos!
Cafecito caliente, junto al copioso llanto del cielo.
Pensamientos refrenados, deseos irrealizables,
acompasados, por el rítmico sonar del tiempo,
detenido en un espacio, en un alma,
en una vida sin retorno.
¡Ay, Carabobo!
¡Ay, Carabobo! quien pudiera
retroceder doscientos años atrás,
penetrar en tu sabana
y pisar tu suelo inmortal,
enfrentar al enemigo
vencerlo y verlo marchar
de mi tierra, prodigiosa
y hambrienta de libertad.
¡Ay, Carabobo! si pudiera,
retroceder dos siglos atrás,
acariciar tu suelo glorioso,
codearme, con Cedeño, Plaza, Bolívar y Páez
y ataviarme de grandeza
como heroína inmortal.