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Balneario La Bomba de Caripito - Jesús Romero


Sentado degustando mi café mañanero, se presenta un mensajero del Banco de Memoria que me hace entrega de un recuerdo que activa mi curiosidad y me estimula a revisar mi archivo de memoria; de inmediato reviso, y le hago el siguiente pedido:


Facilítenme todos los recuerdos que me produjeron mayor placer, gozo y satisfacción durante la transición de la niñez a la adolescencia. El Banco de Memoria en un tris respondió a mi pedido con una extensa lista de hechos y eventos. Después de una minuciosa revisión, seleccioné un recuerdo muy especial: “El balneario ‘La Bomba’ de Caripito”.

Este lugar llenó una etapa de mi vida, a mitad de la década del 60, de muchísimos placeres y satisfacciones que pude disfrutar a plenitud al comienzo de la adolescencia.

La empresa petrolera, “Creole”, ya había construido un acueducto, para esa época,  en los bajos de “Los Mangos”, en un río, con la finalidad de proveer de agua potable a los trabajadores de su empresa. Jamás llegaron a imaginarse que cierto tiempo después los pobladores, residentes de las adyacencias del río, iban a tomar la represa como su sitio preferido... Como balneario comenzó a ser visitado en la época de Semana Santa, y los fines de semana. Hasta que las autoridades municipales se enteraron y observaron que la afluencia de lugareños a la represa, cada día se hacía mayor...Se decidieron a acondicionar el sitio como un balneario; construyeron unas instalaciones al margen del río con los servicios básicos para cubrir las necesidades de los visitantes. Desde ese mismo momento se oficializó este sitio como: El Balneario “La Bomba”

En poco tiempo se esparció la voz... En todas las ciudades y pueblos de Monagas se divulgó la noticia que: ¡Caripito ya cuenta con un espléndido balneario para el disfrute de los residentes y visitantes! Esta noticia se corrió como pólvora, y fue tan efectivo el poder de convocatoria popular, que los fines de semana el balneario se ponía full de gente venida de todas partes, y hasta de Estados vecinos.

Ayudó mucho a la adquisición de la fama que tomó el balneario, el haber estado enclavado en un paraje maravilloso... Una locación paradisíaca. El río poseía unas características excepcionales: Abundante agua transparente y cristalina con un fondo tapizado de arenisca, guijarros e infinidad de piedras de diversas formas y tamaños, que de acuerdo a la hora que se mirase las aguas, le brindaba a la persona un menú de imágenes cargada de destellos y luces multicolores como si todo esto hubiese sido obra de la acuarela de un prodigioso pintor.

Este bucólico paraje del río era matizado con un denso follaje que cubría sus márgenes con robustos árboles de framboyán, eucalipto, bucares, alatrique, jabillos, yerbas y enredaderas, donde convivían en armonía, pájaros, como: pericos, cristofués, pitirres, reinitas, angoletas, azulejos, tortolitas, arrendajos... Toda esta panorámica parecía rematada con una corona de guirnaldas que nos llevaba a afirmar: Esto es una pintura de ese laureado artista ”Juvenal Ravelo”, ¡él tuvo que haber sido el responsable de tan idílica belleza!

Los asiduos visitantes venían al balneario los fines de semana, en días de asueto, en periodos de vacaciones y en Semana Santa.

En lo que a mí respecta, el traslado hasta el balneario lo hacía en compañía de mis amigos... Éramos unos quince —entre varones y hembras; recuerdo que sí estábamos organizados, y cada viaje lo planificábamos. Los amigos de mayor edad actuaban como líderes del grupo, y obedecíamos sin cuestionar las decisiones que ellos tomaban, como todo lo referente a comida y bebida. Por ejemplo:

Cuando se aprobaba llevar tostadas y refrescos, todos nosotros aportábamos lo asignado; bien, si nos tocaba: pan relleno, limonada, papelón con limón, maíz tierno sancochado, castaña sancochada, lairén, etc. Una vez que estábamos listos para la salida...Se verificaba todo: Los emparedados, la bebida y los envases con agua, para beber. Si todo estaba en orden, nos arrancábamos... ¡a echarle pierna! No teníamos alternativa para hacer el viaje a pie, ya que, para aquel entonces, por estos lugares, no había llegado el transporte masivo...No había buses. Ya sabíamos la ruta a seguir hasta el balneario, incluyendo los atajos... Era desde Campo Loco hasta “La Bomba”; varios kilómetros de recorrido. Recuerdo que cuando llegábamos frente a “La Bomba”, coreábamos jubilosos tres hurras: ¡Hurra!,¡hurra!, ¡hurra!

Todo el río en toda su extensión se llenaba de gente... Los espacios en la orilla; todos los lugares eran ocupados por grupos de personas, los jóvenes buscaban sus espacios; y los grupos familiares acondicionaban sitios para hacer el sancocho...; y, de esta manera, se creaba una interrelación donde las personas convivían y armonizaban con la naturaleza. Se podía observar y escuchar que niños, jóvenes y adultos estaban disfrutando el momento: Los niños jugaban y corrían llevando a cuesta la risa; los jóvenes disfrutaban y no paraban de celebrar las ocurrencias de sus amigos, celebrándolas con estruendosas carcajadas; y los adultos alimentaban la cotorras gastándose bromas salpimentadas con chismes, habladurías y chupando caña, zumbándose los tragos; con decirles que hasta los pájaros embriagados por aquella diversidad de aromas y olores  que emanaban de los sancochos, activaban sus cantos haciendo de estos parajes una sala de concierto.
Las horas pasaban con la misma intensidad que cuando comenzó en la mañana, y así culminaba todo... La gente regresaba a sus hogares en una especie de trance con la sensación de haber adquirido una ración de paz espiritual y saciedad integral.

Por todas estas bondades este sitio se convirtió en el lugar preferido de aquellas personas que requerían relajarse, disipar el estrés, salir de la rutina diaria laboral, y revitalizar el cuerpo con un reconfortante baño... Se tenía por seguro que, un buen chapuzón en el río le refrescaría el espíritu y repotenciaría el cuerpo a la persona. Recordar esto ahora, genera una sensación de quietud, gozo y paz interior... Como si se estuviese circulando dentro de una burbuja llena con gases que inducen a un sueño placentero.

Después de haber concluido el Relato; llamé al mensajero de mi Banco de Memoria, y le hice entrega del Recuerdo que me había facilitado en calidad de préstamo.

El mensajero, despidiéndose, me dijo:

—Siempre estoy a sus órdenes para cuando necesite un Recuerdo. El Banco de Memoria está organizado para atender los pedidos de todos sus miembros.

Y afirmo yo: “El Banco de Memoria es el bien más preciado que tiene toda persona”