Juan Pablo Gudiño lo nombraba solo su mamá, así lo bautizó, tal como lo proclamaba su partida natal. Al salir a la ciudad o poblado, lo llamaban Doctor, Juan Chiquito o Doctorcito y por cariño y familiaridad, los más amigos lo llamaban Loco.
Doctor Chiquito, Loco, Doctorcito o como lo llamaran, a ninguno su ira maltrataba, al contrario, solícito acudía, saludando con locuaz amabilidad y simpatía. Lo llamaban “Loco” por su condición alborotada al caminar, marchando como un soldado, militar o policía y por su hablar apurado sin pausa ni locución. Los más, achacaban su locura a un daño mandado por algún diabólico brujo como maldición gratuita.
Cuando lo llamaban Doctor o Doctorcito, no cabía tanto gozo, colmando su minúscula figura. Movía los brazos como aspas borrachas sin control y flotaba acariciando los limbos formados por su ilusión.
Los alumnos con grados altos y bajos lo trataban con admiración, por cuanto dominaba gramática, química, latín, sin ignorar idiomas y filosofía.
Una pizarra con tiza y borrador lo transformaba y con máximo orgullo la colmaba con logaritmos, algoritmos axiomáticos, formulación química o física magnitudinal. Los curiosos inoportunos, al pasar, soltaban por lo bajito, “cada loco con su…y callaban a propósito lo final, continuando su camino.
Cuando comunicaban, próxima una valoración, parcial, final, control o promoción, los muchachos lo buscaban, solicitando ayuda y pasaba su día marcando pauta con magistral dominio, sin importar para nada la carta, por la dificultad jugada.
A todos complacía y sacaba con apuro la ignorancia invasora. Un muchas gracias individual o grupal afloraba, acompañando un donativo ansiado y oportuno.
Un aciago día Dios lo confrontó con un infarto fortuito, sin aviso, prórroga ni compasión. No pudo Juan Chiquito, alias Doctorcito, aislar la incógnita ni sacar la raíz cuadrada a su máximo común divisor.
Sus paisanos y amigos, agobiados por la noticia infausta y dolorosa, lo honraron, acompañándolo compungidos a su última morada y los alumnos, portando sus libros con luto, oraban a coro.
Los días pasaron con prisa y con más calma los años. Los alumnos, no son los mismos, son los hijos habidos como continuación vital, confirmando los giros cíclicos con infinita claridad.
Ahora a Juan Pablo Gudiño, Doctorcito, Juan Chiquito o como lo conciban tus ganas, lo notan con su marcha militar, horadando la oscuridad nocturna por la plaza, buscando sus alumnos y al máximo común divisor.
La tumba suya, otrora solitaria y abandonada, ahora alumbrada, florida y colmada por alumnos, cobra vida y brillo místico con la filosofía.