Hace muchos años, en los caseríos más apartados, cuando no existían tuberías que suministraran el agua potable a las casas, había que pagar para que una persona a pie o en un burrito hiciera varios viajes al río para llenar los envase que serían utilizados en el hogar para: limpiar la casa, lavar los trastes, el aseo personal de los mayores y cocinar, como era el caso de la abuela Carmen.
En hogares donde había niños y adolescentes, estos tenían como tarea buscar el agua para llevarlas a las viviendas, trasladar los enseres de la cocina y la ropa para fregarlos y lavar en el río, luego bañarse y llegar listos para el almuerzo o la cena, según fuese el caso.
La abuela Carmen se las ingeniaba para disfrutar y saciar la sed con agua fresca y fría que cada mañana, un joven del lugar se encargaba de llevar y vaciar en su tinaja.
Norbelys, una niña inquieta y curiosa -nieta de Carmen- que vivía en la ciudad y visitaba a su abuela solo en vacaciones, iba al río en las tardes a bañarse y al ver las actividades que se realizaban ahí, no se explicaba cómo podía estar limpia el agua de beber.
Un medio día mientras la abuela preparaba el almuerzo le preguntó:
—Abuelita, si la gente se baña, lava la ropa y los trastes en el río, ¿por qué el agua que nos tomamos no se ve sucia?
—¡Fácil, mi niña!, porque el agua que tomamos a pesar que la traen del río, no se recoge directamente del sitio donde se bañan las personas, se lava o frega, ¡hay que hacer un pocito y achicar el agua!, - dijo la abuela. –
—¡Achicar! ¿Qué es achicar abuela?
—¡Si te lo explico no lo vas a entender!, voy a hablar con la comadre Petra para que mañana tempano acompañes a sus hijas al río y puedas ver como se saca el agua limpia que bebemos y se utiliza en la cocina.
Norbelys, entusiasmada por la información que la abuela le había dado, le pidió permiso para comentarle a sus amiguitas; Elsa y Rocío -las hijas de Petra-, lo que la abuela le acababa de decir, esperando que el día terminara pronto para descubrir cómo se mantenía limpia el agua.
La mañana siguiente, Norelys despertó muy temprano y antes de desayunar llegaron sus amigas a buscarla, llevando cada una un pequeño envase con tapa para evitar que el líquido se derramara.
Al llegar al río, Norelys se impresionó al ver que a esa hora había muchas mujeres y muchachas alrededor, abriendo huecos y sacando la arena hasta llegar el momento en donde comenzaba a brotar pequeñas porciones de agua, que sacaban con un envase:
—¡Esto es achicar el pozo! —explico Rocío—, hay que seguir achicando hasta que salga suficiente agua limpia para llenar los envases que servirán para beber.
Norelys observaba como sus amigas realizaban su labor con sumo cuidado y dedicación, agradeciendo la oportunidad de aprender lo que posteriormente compartiría con sus amigos de la ciudad, quienes seguramente nunca se imaginarían todo lo que se debía hacer para consumir el agua deliciosa de la tinaja de la abuela, en aquel pueblo desconocido para muchos.
La tinaja era una vasija de barro de boca ancha colocada en una especie de armario; construido de madera por el abuelo, quien con mucho cariño y cuidado elaboró una base parecida a una caja en donde ubicó la tinaja, rodeada hasta la mitad de arena y piedras del río y en la parte superior le construyó una puerta con palitos de madera que se mantenía cerrada para evitar que los más pequeños pudieran jugar o ensuciar el agua.
La abuela siempre se percataba de colocar la tapa de aluminio en la boca de la tinaja para que no entraran insectos o ningún bicho extraño y el agua se mantuviera limpia y siempre fría; como si estuviera en un refrigerador y con un sabor especial; como nunca la había tomado Norbelys, quien después de haber visto el trabajo que requería hacer el pozo, achicarlo, sacar el agua, llenar el envase y el trayecto que debían recorrer para llegar a la casa de la abuela, apreció aún más el agua fría de la nevera de su casa, recordando eternamente ¡el agua de la tinaja de la abuela Carmen!