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El cazador y el tigre palenque - Asdrubal Navarro

 

Érase una vez, en el pueblo de Paradero a 20Km de la ciudad de Maturín estado Monagas, vivía un cazador y su familia. Aquel hombre, muy bien conocido por los moradores de allá, era conocido como "el tuerto", ya que él había perdido un ojo varios años antes. El tuerto mantenía a su familia del conuco que tenía y de la cacería; cuando agarraba alguna presa la vendía en la carretera o lo cambiaba en alguna bodega por lo necesario. El tuerto tenía unos vecinos recién llegados a Paradero; aquella familia estaba compuesta por cuatro personas, los padres y dos hijos. Aquella familia era muy poco tratable con el resto de los pobladores. El tuerto, con esfuerzo, había logrado reunir en crianza a unas cuantas gallinas. Un día, estas dos familias perdieron la amistad entre ellos a causa de problemas de muchachos. De un tiempo para acá, decían los habitantes de esa localidad que se escuchaban ruidos extraños, cosas que antes no habían pasado ahora sucedían. Ya no se atrevía nadie a salir ni siquiera al frente de su casa.

Un día, cuando el tuerto regresaba para su casa, sintió sus gallinas alborotadas y pensó que debía ser algún rabopelado. Pero cuando se acercaba a la mata donde dormían las gallinas, vio una sombra, algo que luego desapareció entre la noche. Por un momento quedó pensativo; luego, con la linterna que traía, alumbro toda la mata pero no vio nada raro. Esa noche se acostó pensando en lo que había visto, tratando de detallarlo.

Al siguiente día se levantó muy de mañana y, antes de afilar el machete para irse a su faena, decidió ir a la pata de la mata para ver si había alguna huella que lo ayudara a identificar el celaje que vio la noche anterior. A menos de un metro de distancia se detiene y observa los rasguños que tenía la corteza del árbol. Entonces piensa que es un tigre que estaba afilando sus uñas. Luego se preguntó de dónde había salido ese animal, porque en aquella zona montañosa nunca se había hablado de que existiera ese tipo de fieras. Ese día se fue un poco tarde para el conuco y allí siguió pensando en lo mismo. Pasaron unos días y una mañana uno de los hijos del tuerto salió corriendo y con voz de asombro llamó a su padre: "¡Papá, papá, ven a ver, ven!". Había sangre y plumas. El tuerto, al mirar lo que había debajo de donde dormían sus animales, miró hacia todas partes en busca de algo que lo orientara hacia aquello que estaba haciendo esto. De pronto se sorprende al fijarse que la cerca, la cual estaba compuesta de alambre de púas y tela de gallinero, estaba semi tumbada como si algo o alguien se hubiese posado sobre ella. Detalla cuidadosamente desde todos los ángulos, planificando la mejor manera de cazar aquel animal. Pasó toda la noche en vela esperando a que apareciera lo que estaba perturbando su gallinero, pero no vio nada. Luego hizo lo mismo la siguiente noche, pasó igual, y así pasó varias noches sin conseguir ningún resultado. Entonces aquel hombre pensó que quizás ese animal estaba de casualidad, que pasaba por allí y luego se había ido.

Esa tarde el tuerto sale bien temprano hacia la montaña en busca de un cachicamo o lo que Dios le preparara en ese momento para el guisado del día siguiente. Regresa con el cachicamo y, por costumbre, antes de componer el animal, va y alumbra hacia la mata donde duermen las gallinas para revisarlas. Y lo que observa hace sacudir su mano de gran rabia: vio la cabeza de una gallina llena de tierra, por lo que se concluía que la gallina intentó zafarse de su agresor. 

El tuerto, ahora más preocupado que las veces anteriores, prende el fogón y compone el animal. En la mañana notó que la cerca estaba más doblada y dijo: "Por aquí es por donde pasa ese condenado bicho. Si no estuviera molesto con el vecino, iría a ver las huellas de ese animal, ya que tiene que pasar por su fondo para llegar hasta aquí. Esta semana lo vigilaré, pues veo que ya está cebado". Así lo hizo; aquel hombre lo veló por varias noches y aquel animal nada que aparecía. Pareció como si se lo hubiese tragado la tierra. Esa otra semana sale nuevamente de cacería y al volver a su casa consigue de nuevo restos de animales, los cuales han sido devorados y despedazados por aquello que los estaba atacando. Es entonces cuando el tuerto se forma una idea y piensa: "Es extraño, pero cada vez que yo espero a ese animal no aparece, y cuando me voy a cazar, él aprovecha y se mete en mi fondo y se come las gallinas. Es como si supiera cuando estoy aquí. Me parece mucha coincidencia, pero hoy veré si es cierto lo que estoy pensando. Le voy a poner una trampita y veré qué pasa".

Esa tarde el tuerto agarró todos sus implementos de cacería y salió, pero con la astucia propia de cualquier cazador. Regresa a escondidas y se mete dentro de su casa, pero a eso de las seis de la tarde decide taparse en aquella mata donde el animal, desde aquella altura se podía ver desde el fondo de la casa de aquel vecino por donde pasaba aquel animal a comer. De repente le llama la atención algo que a él le parece anormal: un hombre sale por la parte trasera de la casa del vecino, completamente desnudo, y mientras se nota que dice algo que desde donde estaba el tuerto no podía oírse, comenzó a dar vueltas para adelante y para atrás y se revolcaba constantemente en el suelo. Y de pronto, algo que podía paralizarle el corazón a cualquiera que lo hubiese visto: allí estaba parado, era el tigre. Aquel vecino era el tigre palenque y se disponía a cazar aquella noche, porque había visto que su vecino el tuerto había salido a cazar. 

El tuerto se agarraba muy fuerte de aquel palo del cual se había encaramado; sus piernas temblaban, su garganta estaba seca y en su pecho sentía que se le iba a salir el corazón. Con todo aquello que sentía, también pensaba que cuando aquel engendro hubiese terminado con sus gallinas, iba a embestir contra su familia, y eso le dio valor y dijo: "Defenderé con mi vida si es necesario a mi familia".

Aquel ser o tigre palenque terminó de lamerse sus patas delanteras, pega sus zarpazos y cae sobre la alambrada, luego se tira hacia el fondo del tuerto, prosigue y llega al árbol y comienza a amolarse sus uñas en las patas del árbol. Pero ya el tuerto lo tenía apuntado con su escopeta. 

El tigre, después de haber terminado su rito de preparación, mira hacia arriba en busca de las gallinas, pero en su lugar vio a un hombre que lo apuntaba. El tigre dio la vuelta y pega tres zarpazos y se posa de nuevo sobre la alambrada para luego caer al fondo del vecino, pero no le dio tiempo, pues durante la impulsada se escuchó una detonación. 

El animal, con el impacto, cayó en el fondo de su casa pegando fuertes gruñidos que más bien eran alaridos, y entre borbollones de sangre comenzó a transformarse. El tuerto quedó tan impresionado que no tuvo reacción a nada, solo miró a aquel animal que tenía la mitad de su cuerpo convertido en hombre. Con dificultad se arrastró hasta adentro de su casa. Después de un rato, el tuerto se baja de aquella mata y caminaba lentamente hacia su casa. Ya adentro, su mujer le preguntó: "¿A qué le disparaste?". Él respondió casi sin fuerzas: "A un rabopelado". "¿Y lo mataste?", preguntó su mujer. "Se echó a morir en su casa", contestó el hombre. La mujer siguió diciendo: "¡Ese era el rabipelado que se comía a nuestras gallinas!".

Al día siguiente muy temprano se comentaba que habían encontrado muerto a la orilla de la carretera al vecino del tuerto. Decían que a lo mejor lo habían matado para robarle su ropa, puesto que este estaba desnudo. Mientras que en la casa del tuerto había un profundo silencio. El tuerto volvió a la cacería y cada vez que regresaba alumbraba hacia donde estaban sus gallinas para ver si encontraba a otro rabipelado.