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El Samán - Jesús Guevara

 


El samán nació solo, sin que nadie lo sembrara, llegó su simiente en las alas del viento que a retozar la convidó un día de tormenta; en la rumia de una vaca, un venado o de cualquier animal montaraz; en el buche de un comensal en vuelo que alivianó su carga dejándola en el camino o fue la mano de Dios el sembrador supremo, que la puso en el sitio para que germinara.

Las divagaciones de su origen divergen, convergen o se amontonan, pero ninguna se impone y se hace perpetua la incógnita de su insólita aparición, tal vez en tiempos lejanos, cuando el sol no tenía dueños ni la sabana tampoco.

Primo hermano de la caraota y pariente de la guama, su tronco es corpulento, tanto que uno se siente apocado como junto al mar. Su fronda extendida como paraguas abierto, marca el dominio de su extensión territorial. En cada rama de división que disgrega el dominio, viven y anidan los pájaros en alturas de protección. 

Las mariposas, las avispas, las abejas y el pegón y otros animales de vuelo, también tienen asilo, sombra y refugio en su seno en sosiego de libertad. La oruga, la hormiga, el grillo, el comején y el artero alacrán, viven allí, cada uno en el sitio que mejor le acomoda, sin que los linderos se tropiecen ni los caminos se crucen en desparpajos de peleas.

Parásitas, simbiosis y comensales en variadas condiciones, entran en la cofradía de este hospedero fraterno.

En el suelo que su sombra cubre, otros estratos de la vida se mantienen, en sociedades de fabril apuro, en solitario caviloso y en parejas de amores en pertenencia infinita y cada uno define su existencia. Unos subterráneos, otros en la hojarasca y otros en la superficie, esperando que el invasor o el incauto se asomen para completar la cena.

Las raíces del samán como el follaje, crecen hacia abajo y hacia arriba, respectivamente, haciendo una especie  de competencias de intensidad. Cada extremo del tronco se abre en abanico circular, el de arriba en ramas que van a besar el viento, tragando nubes de altura y el de abajo en raíces que penosas se esconden en el seno de la tierra y se van en marañas de arterias y venas, más allá de lo que la fronda ampara para retar celosas al viento a que sople sus caudales, que no logrará conmover al coloso. También siguen en profundidad de osadía otras arterias y venas de radical origen, hasta donde el agua mora escondida, que descubierta, alegre se va por los caminos liberianos que las raíces detentan a nutrir cada hoja, cada rama y cada flor, para que el samán, sin manos que lo rieguen, no se muera de sed ni se apaguen los cantos de su grey.

El turismo se hace presente y el samán le da la bienvenida, pájaros en bandadas o en cuantía de uno y dos, vienen cuando la tarde se apaga, duermen y se van. Cada año vienen los arrendajos desde el monte profundo donde viven, cuelgan sus nidos en chinchorros de algarabía en la apical altura, allí ponen, empollan y crían, entonando sus trinos que al samán llenan de alegría y cada año de flores el samán se cubre, es una invitación a la gran fiesta en gala de postín. Sus flores combinadas en blancos, rosados y carmines de acopios, brindan mieles, aromas y colorido a los miles de comensales que llegan al convite y son bien recibidos. Las abejas con sus trajes de rayas negras y amarillas, como prisioneras del amor; los colibríes, enamorados del sol, se lo traen en sus plumas; los cigarrones de regia presencia, vestidos de luto o de formalidad extrema y así cientos que vienen del entorno y de la lejanía. Ni faltan flores ni faltan amores y cada uno tiene la ocasión de dar sus besos y recibir los suyos.

A los meses la fiesta se repite para los comensales de tierra, que antes no tuvieron cabida. Pulposas vainas con mermelada por dentro, invitan al festín para esparcir las semillas.
El sol vigilante, ahora se acuesta tarde y se levanta temprano, porque algo está pasando que le perturba su trajinar. En el samán están consternados y con el silencio expresan su preocupación. La sabana se llena de ruidos con carros, motosierras y hombres en trajín, cercas de alambradas se extienden, tragando distancias de sol a sol, máquinas grandes rompen la tierra con mucho ruido y abren caminos.

El samán, midiendo con angustia su destino, se llena de tristeza y desprende de las ramas sus hojas, que como lágrimas cubren el suelo y queda desnudo en protesta de infortunio. Los pájaros, igual de tristes, entre confundidos y asustados, volaron lejos buscando refugios de salvación.

Un día, después de muchos de continuado desolar, llegó un hombre en una camioneta nueva de doble cocuyo a donde el árbol de pena moría, parecía el jefe por lo mucho que mandaba. Estableció su escuálido campamento de espera en la poca sombra que las ramas del árbol aún prodigaban.

Después de un rato largo de meditación y silencio, el hombre, que entendía el lenguaje canoro de los pájaros y el colorido de sus anhelos, el ulular del viento y la mudez de los árboles, dijo en voz alta, como para oírse él mismo:

Aquí construiré mi casa, este árbol será el emblema de mi finca que llevará su nombre y en su sombra jugarán mis hijos y me quedaré dormido en la siesta de cada día, oyendo de los pájaros su trinar.