Todo esto que se narra acá se desarrolló durante la década de los sesenta—conocida como la época dorada—, en Caripito, Municipio Bolívar del Estado Monagas.
Los celadores de sueños debieron de hacerle varios llamados de atención para que pudieran finalmente quedarse dormidos. Esta situación se presentaba las veces que los muchachos escuchaban que su padre iba al otro día para el Comisariato.
Todo ese día hacían una tregua con las bromas y el desorden: nada de chalequeos, por hoy, nada de remedos, nada de sobrenombres ni de levantar falsos testimonios, nada de inculpar al otro, nada de chismes a los padres para uno quedar como el bueno ante estos... ¡nada de nada!... Ese día era un comportamiento impecable. Ese día los santos hacían las paces con los demonios. Cada uno de los muchachos se aislaba para cumplir una especie de ritual... Se despertaban más temprano que nunca... Los dos mayores se ponían a barrer el patio, y los menores se ponían a hacer sus tareas... Cuando los padres se levantaban y se conseguían con aquel inusual comportamiento, Braulio —que era el nombre del padre— le preguntaba a, Felipa —que así se llamaba la madre—
—Felipa, ¿Tú no notas algo raro en este comportamiento de los muchachos?
—¡Claro que sí, mijito! Estos carajos se levantaron más temprano que nunca... Y que, a hacer los oficios y deberes... ¡¿Sin mandarlos?! ¡Cómo nie!
Se les veía —a los muchachos— lamiéndose los labios con los ojos cerrados y una sonrisa plasmada en su cara; por supuesto, ya se hacían al otro día —cuando su padre hubiese llegado del Comisarito, degustando esa variedad de riquísimos productos que vendían en el Comisariato. Es más, todos los muchachos, hijos de los vecinos, ya unos días antes de fin de mes se las pasaban con una desbordante y contagiosa alegría; por supuesto, sabían que cada comienzo de mes los padres iban al Comisariato a realizar las compras con la nueva tarjeta que les entregaban.
La tarjeta tenía impresa todos los productos y la cantidad de estos que podía comprar el trabajador. Se llevaba el control de las compras del producto con una perforadora. Por ejemplo, si eran seis litros de aceite por persona, y éste compraba tres, el chequeador perforaba el #3 en el renglón aceite.
¡Eso sí! Los productos que ofrecía la administración del Comisariato a los trabajadores, en su mayoría, era de altísima calidad.
El Comisariato era un local amplio, confortable y muy ventilado; los pasillos espaciosos, los productos estaban colocados en prácticos anaqueles; el orden y la limpieza se observaba en todo el local. Allí se ofrecía a la venta al trabajador petrolero a precios muy asequibles, una variedad de productos alimenticios; de aseo y limpieza; de uso personal y del hogar. Con decirles que lo único que usted no conseguía para comprar allí era: carro y casa.
El trabajador podía comprar aquí: Leche en polvo, de dos kilos, marcas “Klim y Rosemary”, Café Imperial, café Supremo, Toddy, jugos Yukery, Salchichas en lata, sopas Cambell, Corned Beef, Spam, avena “Quaker”, Leche condensada, salsas para condimentar, salsa de tomate, mayonesa; variedades de granos (maíz pilado y maíz en concha, caraotas), plátanos, queso blanco y carne; y ya para el mes de octubre expendían todos los productos relacionados con la Navidad: Pernil, pasitas, aceitunas, alcaparras, encurtidos, variedad de jamones y quesos, panetones y dulcería; peras, manzanas, uvas. Productos de aseo y limpieza: Papel Sanitario, detergentes en polvo, estos traían en su interior premios sorpresas, como copas de vidrio; creolina. Productos de aseo personal: afeitadoras, espuma de afeitar, agua de colonia, talco... ropa de vestir para caballeros: camisas (kaki), franelas, pantalones (kaki), medias. Utensilios del hogar: envases diversos de plástico, recipientes de metal; cubiertos, etc., etc., etc.
Era tal la cantidad de plátanos que se traía del Comisariato... que se preparaba en todas las formas habidas y por haber...Comíamos por muchos días patacones y tostones, plátanos fritos, sancochados y asados...y también bregábamos bastante queso en diversidad de preparaciones... ¡claro! con esa cantidad que se sacaba del Comisariato por tarjeta, podíamos meternos esas comilonas. Otro producto muy apreciado por todos los miembros de la familia era la avena ”Quaker”... Mi mamá la preparaba bien espesa... ¡Aquello era lo máximo!
Mi padre alababa tanto la leche “Klim” que juraba que un vaso de esa leche, bien fría, era lo mejor para quitar —en un tris— un ratón, por más templao que fuera. En verdad que el grado de pureza era tal, que Ud., se tomaba un vaso de leche y podía notar que, al terminar de beberse la leche, el vaso quedaba pintado con una película blanca en toda la superficie interna. Todos mis hermanos coincidíamos, al tener como cierto, que unas horas después de habernos tomado un vaso de leche en la mañana, pasábamos esas horas en la escuela “Andrés Bello” con esa sensación tan agradable que, todavía al regresar a la casa al mediodía, la teníamos.
¡Qué buena vaina! ¡No! ¡No! Quise decir: ¡Qué vaina tan buena! ¡Así sí!
Unas veces venía la vecina a cumplir un ritual con mi mamá, y luego mi mamá iba a su casa... Se sentaban en el patio en las sillas de cuero e’chivo, a degustar una taza de café con leche, comentando y analizando los últimos acontecimientos de Campo Loco... Este ejercicio de vecindad lo cumplían siempre. En una de estas ocasiones le escuché a la vecina decirle esto a mamá:
—Saboreando un buen sorbo del café con leche—manifestó: Con razón esas mujeres paren muchachos rozagantes, vivarachos y riéndose, que parecieran correr con los ojos. .. ¡Claro! Es por esta divinidad de leche que se zampan.
—¡¿No crees tú, Felipa?! Y otra vaina, ¿No te has percatado que en cuanto les damos “avena” en la mañana y le metemos “Toddy” en la tarde... ¡esos carajitos se sobrecargan de energía y echan más vaina que nunca...! ¿No te has dado cuenta de eso, Felipa?
—¡Y tampoco has notado que no sólo a los muchachos estás bebidas les producen cambios en su comportamiento; ¡por ejemplo, yo he comprobado que durante esos días que estamos comiendo y degustando todas estas exquisiteces, cuando estamos durmiendo mi esposo comienza a insinuarme vainas ...y al momento estamos fajaos! Y escucha esta otra verdad que me contó la comay, Rufina:
Resulta que en una oportunidad estando en el Mercadito—contiguo al Comisariato—, en la bodega de Giselo, había como seis mujeres y una de ellas llamada, Vitelia, hizo el siguiente comentario:
— Yo acostumbré a meterle un vaso de leche tibia, bastante recargado, todas las noches a mi marido; viéndolo que estaba desganado y con poco o nada de apetito sexual, pero, al poco tiempo traté de quitarle este hábito que le había formado... Un buen día —me dije— ¡Qué va! ¡El hombre todas las noches quería dormir encaramao! —y todas aquellas mujeres estallaron en risa que hicieron avergonzar a la mujer.
— Si de alguien se van a burlar, debería ser conmigo —Giselo, dijo esto con seriedad; porque yo fui que le hice esta sugerencia a la amiga Vitelia... pero, ya ustedes escucharon que el tratamiento que le sugerí para su esposo fue muy efectivo; nada más que ella sobregiró y se excedió en los días el tratamiento... Yo le indiqué que era por cinco días y ella lo extendió a dos semanas. —y las mujeres que ya habían acallado su risa...la reanudaron con más ímpetu—. Jajaja... jajaja…
A pesar que el oficio de, Giselo, era el de bodeguero, este hombre parecía más bien un conserje—sabía de todo y le metía a todo-. Si hubiesen hecho un concurso del bodeguero más calificado, popular y capaz... siempre ganaría, Giselo, y de segundo estaría, siempre, Morón. La bodega de, Giselo, era la más surtida... Ahí Ud. podía encontrar desde una aguja para coser carapacho de morrocoy hasta unas alpargatas de cuero de caimán. También tenía vocación de boticario con amplios conocimientos de botánica, especializado en el arte de recetar con acertada precisión, hierbas, bebedizos y pócimas.
Alguien llegó a la bodega sediento... Giselo, con solo mirarlo de refilón fue a la nevera y regresó con un refresco de “Green Spot”, bien frío, y le dijo:
—¡Tómese esto, Ud. está casi deshidratado ¡ ¡lo necesita! He allí la diferencia con los otros bodegueros del mercadito. ¡Así era este hombre!
Un cliente que observó todo lo que hizo, Giselo; al momento —dijo.
—A mí me da una “7up”, con una “cuca” y, también me vende una papeleta de café “El Inca”.
—Giselo —le contesta—, las cucas se acabaron... la última se la zumbó mí compadre... Me queda: encaramao, torreja, majarete y polvorosas.
—Deme un encaramao, para comer aquí, y me da para llevar dos torrejas y dos majaretes.
Y el hombre bebiéndose el último sorbo de la botella —expresó: ¡Qué vaina tan buena! ... Canceló todo y con un saludo de mano se despidió.
El segundo bodeguero en popularidad y capacidad del mercadito era el amigo, Morón, que en el renglón de afectividad, simpatía y buena gente era el campeón. Las personas después que le compraban un producto a Giselo, se acercaban al puesto de, Morón, para escuchar una segunda opinión.
—¡Okey! Cuéntame, ¿qué me ibas a decir? —le sugirió, Rosa, a su vecina, Felipa.
—¡Claro, Rosa! Figúrate tú, que, Braulio, siempre se dio cuenta que tanta “leche y toddy” le parecía que les estaba alborotando la maldad a estos mocosos, y en todo momento manifestaba: “A mí me parece que les estás dando esas bebidas muy puras, parecen más bien que les estás dando atol”.
Su papá cuando los nota así —sobrecargados— les dice que, más bien en lugar de estar desperdiciando toda esa energía echando vainas; porque no la utilizan para estudiar y hacer las tareas. ¡Eso si les dice!; porque yo lo escucho siempre, diciéndole esto.
Otra cosa que se tenía como verdad entre todos los vecinos eran las bondades y la calidad de estas marcas de leche: Si la persona tenía acidez o gastritis... sólo bastaba que se zumbara un vaso de leche fría, y como por arte de magia en poco tiempo desaparecía todo malestar.
Solo bastó que un familiar sacara a colación “El Comisariato”, y pensé que era el momento adecuado para sugerirle al mensajero de mi Banco de Memoria que requería y necesitaba todo la información —recuerdos— que tenía archivado sobre el Comisariato, y de inmediato—como siempre—me entregaron la valija con el pedido. Y, gracias al amigo, Carlos Sánchez, a mi hermano, Rubén; a mi cuñada, María H., _que tuvo que rogarle a su Banco de Memoria para que le enviara información—, y a mi esposa, Daine; todos ellos aportaron información que extrajeron de sus Bancos de Memoria, y que, con esto pude tejer con éxito este Relato que acaba de disfrutar.