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Un regalo después de Reyes - Alejandro Figueroa


Con los primeros cantos de los pájaros madrugadores y antes de los primeros rayos del sol, Benjamín, un hombre de mediana edad, de rostro y manos visiblemente marcados por el trabajo duro, de cabello oscuro, mostrando destellos plateados en sus sienes, propio de quien ha acumulado experiencia y sabiduría, se dispone a salir para reanudar el trabajo encomendado desde hace ya cuatro días, el cree que en dos más, logrará terminar la ampliación del establo y tener a buen resguardo los animales que en él se albergarán.

Casi que, al momento de cerrar la puerta de su casa, se escucha una voz desde dentro pidiendo que no lo deje, que le permita ir con él, que quiere ayudarlo. Benjamín desacelera el paso y da media vuelta abriendo la puerta para decirle que aún queda mucho trabajo y que envés de ayudar solo estorbaría. Nuevamente se escucha la voz infantil de manera insistente, que desea acompañarle y demostrarle que no será ningún estorbo puesto que le ha visto trabajar y quiere demostrarle que sí puede ayudarle.

Samuel, de pelo ondulado, ojos color café, con cejas pobladas y piel ligeramente morena y contextura física bastante delgada, cuenta con apenas once años, es hijo único de Benjamín y Miriam. Nació con una discapacidad motora en su brazo y pierna izquierdas, razón por la que pocas veces le permiten salir lejos de la casa, por lo que pasa gran parte del tiempo simulando ser carpintero como su padre en el taller de la familia, soñando el día en que pueda compartir su destreza al lado de su papá. Sueños siempre reforzados por su madre, quién le repite una y otra vez que debe esforzarse mucho para que se hagan realidad.

Tanta fue la insistencia de Samuel, que Benjamín, accede advirtiéndole de no cometer ninguna tontería y que deberá hacer lo que él ordene. El niño, feliz por ir a trabajar con su padre corre al taller y recoge un viejo martillo que según su madre le heredó su abuelo y que guarda un gran secreto que en su momento le revelará. Una vez listos emprenden la caminata entre las calles polvorientas. El niño hinchado de felicidad no puede creer que vaya a trabajar con su padre. Luego de varios minutos, llegan al lugar de trabajo. Samuel escucha las indicaciones de lo que debe hacer. Recibe un cepillo de manos de su padre con que deberá limpiar muy bien el piso y ordenar luego las tablas que se encuentran en él. De manera diligente, toma el cepillo y comienza con la tarea asignada. Con movimientos un poco torpes pero con firmeza barrió sin cesar. Cuando creyó tener todo suficientemente limpio y ordenado, miró a un rincón del lugar, parecía un cajón y al acercarse y mirarle mejor, descubre que es un viejo pesebre en el que seguramente alguna vez, comieron los animales del dueño de la casa.


Con esfuerzo y de manera prudente lo trae al centro del establo, procediendo a desempolvar y revelar que en efecto por su forma se trata de un pesebre. Samuel como es un niño de extraordinarios sentimientos, cree que, aunque sean animales, merecen comer en un lugar en el que se sientan felices. De su pequeño bolso de cuero saca su martillo mágico y las pocas herramientas con las que cuenta; también saca una Lima, un cepillo, un formón, una pequeña escofina y unas astillas para reemplazar clavos de ser necesario y su martillo mágico que pareciera brillar entre sus manos. De inmediato, el pequeño comienza a desmantelar la caja de madera, eliminando algunos clavos oxidados que sujetaban algunas tablas y listones. Ya desmantelado el pesebre, comenzó a cepillar y a pulir cada una de las partes. Samuel cepillaba y pulía, pulía y cepillaba, soplaba con fuerza el aserrín para asegurarse de no dejar ninguna superficie defectuosa, tal como bien había observado a su padre. Todo lo hacía de manera tan amorosa que se podía decir que se trataba de un maestro tallador y no de un niño con impedimentos físicos. El tiempo transcurría y Samuel continuaba trabajando aquellas piezas con tanto esmero, como si se trataba del regalo para un príncipe o un rey.

Ya anocheciendo el padre de Samuel va a recogerle al establo, dónde desde tempranas horas le había dejado. Al ver las partes del pesebre en el piso y lo bien acabadas que han quedado le felicita, agregando que hay que terminar todo para mañana antes del atardecer, que ya no hay más tiempo, pues según el dueño del establecimiento ya tiene la casa llena y necesita todo listo. Samuel asintiendo con la cabeza le indica a su padre que ha entendido. Benjamín, mostrando un gesto de conformidad, coloca sus manos sobre los hombros del niño y lo invita a recoger sus herramientas para volver a casa.

De camino al hogar, Samuel señala una estrella muy brillante en el cielo como si de un pequeño sol se tratara. El papá, también observa y murmura ¡vaya sí que es brillante! no me había percatado antes de ella. Continúan caminando y a lo largo del camino el padre, entre muchas cosas que le dijo al niño le recordó que no se distrajera en nada más que en armar el pesebre, ya que el dueño de la casa quiere el establo lo más temprano posible.

Al día siguiente, más temprano que el día anterior, padre e hijo ya se encontraban trabajando. Mientras Benjamin, limpiaba y daba los toques finales, el pequeño con mayor esmero, armaba lo que sería el más hermoso comedero en el que cualquier animal haya podido alimentarse.

Las calles ya lucían concurridas debido al evento que en esos días daría inicio. Un conteo, dicen algunos lugareños a modo de burla. Nuevamente caminando de regreso a su hogar padre e hijo se retiran satisfechos por el trabajo realizado, en especial Benjamín, quien se muestra complacido por la labor que su hijo, de quien hasta ese día dudaba de su capacidad de trabajo.

Entra de la noche y Samuel, sin poder dormir sale a la puerta de la casa y contempla a lo lejos una luz que parece provenir de la casa donde horas antes junto a su padre dejara de trabajar. Sin vacilar corre hacia donde se observa la intensa luz y al llegar, exhausto y sudoroso, observa como todos los presentes se encuentran de rodillas en señal de adoración. Él no entiende nada, pero aun así también se arrodilla y observa como unos hombres en finas vestiduras reverencian frente al pesebre que instantes atrás él mismo había reconstruido. El pesebre, lucia más hermoso de como lo dejó, parecía resplandecer.

Al incorporarse y acercarse un poco más, observa que unas manos y pies se mueven dentro del comedero. Sí, parece un niño, piensa Samuel y al acercarse mucho más lo confirma. La mujer que se encuentra al lado del recién nacido con gesto amable le invita a estar a su lado. Samuel, con paso un tanto torpe avanza y se asoma contemplando al hermoso pequeño quien también parece mirarle.

Asombrado de tanta luminosidad dentro del recinto, se percata que no hay sombras en el entorno, lo que llama su atención al mirar los animales próximos al pesebre para los que él había reparado de manera tan afanosa y que ahora sirve de cuna al pequeño recién nacido. Enseguida, se dispone a salir para contar en su casa lo que había visto.

Al llegar a la casa llama de inmediato a sus padres para contar. Llamó y llamó, pero encontró la casa vacía. Momentos después se dirigió a su cuarto y buscó el bolso de sus herramientas, al encontrarlo, sacó el martillo y la pequeña escofina y un diminuto cepillo, eran sus más grandes tesoros que mientras los miraba, recordaba aquellos tres hombres muy bien vestidos regalarle al pequeño recién nacido valiosos presentes y mostrando con sus rostros el mayor amor que nunca había visto expresar por hombre alguno.

Avanzada la tarde, el pequeño carpintero comenzaba a inquietarse porque sus padres no llegaban, la tarde se convirtió en noche y decidido ya en regalar al recién nacido sus herramientas preciadas, corre a su encuentro. Al llegar a la puerta del establo observan como el padre prepara un pequeño borrico con sus pertenencias. Desconcertado preguntó, ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¿Por qué se van tan pronto? el hombre con voz suave le responde, que a lo que han venido ya se hizo y es hora de partir.
Sin más preguntas, Samuel, extiende sus manos y muestra al hombre lo que ha venido a regalarle al pequeño, lo que para él es lo más importante, sus herramientas, pero en particular su martillo al que se refiere como un martillo mágico. El hombre le pide que lo coloque al lado del pesebre donde se encuentra el niño y los presentes que antes también recibiera de los tres reyes.

Un tanto nervioso, coloca el pequeño saco de herramientas, mientras observa como una pequeña sonrisa se escapa de aquel pequeño que pareciera brillar acostado en el pesebre que el con gran esfuerzo y dedicación logró restaurar. En el instante en que Samuel coloca su presente en el pesebre, el pequeñito parece extender sus brazos rozando la mano de quien con mucha dulzura y desprendimiento regalara lo que parecía su más grande tesoro.

Despidiéndose de Samuel, el hombre de barba canosa le indica a la mujer que levante al niño, pues todo está listo para la partida. De inmediato y sin más vacilaciones, emprenden camino con paso ligero perdiéndose en medio de la penumbra de la noche. Con un pequeño movimiento de cabeza, Samuel, parece reaccionar como de un sueño y saliendo del establo para saludar y despedirse, encuentra que ya han desaparecido.

Con gran alegría y sintiéndose lleno de energía corre de vuelta a su casa para contar todo lo acontecido a sus padres. Corre tan rápido como nunca había corrido; no siente cansancio, no hay dolor en sus piernas y todo le parece tan maravilloso. Al aproximarse a las puertas de su casa, sus padres le esperan iluminando la entrada con sendas lámparas y con gran asombro, inmediatamente se postran frente a él y exclaman "Baruj Hashem" y vuelven a repetirlo "Baruj Hashem" expresión judía con la que manifiestan gratitud a Dios por lo que están viendo. Sin imaginarse aún la razón de aquella reverencia de parte de sus padres, Samuel, se detiene frente a ellos y les pregunta ¿qué pasa? Inmediatamente le señalan sus extremidades y es cuando se percata que la malformación con la que había nacido y crecido ya no estaba y arrodillándose y abrazándose a sus padres con ríos de lágrimas inundando sus rostros, exclamaban plegarias de gratitud por haber sido sanado.

Horas después en la intimidad de su hogar y al lado de algunos amigos y familiares. Benjamín, Miriam y Samuel son sorprendidos por la extraña visita de un hombre que parecen no conocer pero que, aun así, no les desagrada su presencia. El hombre, vestido con una túnica larga y manto sobre su cabeza saluda con gran amabilidad a los presentes y aproximándose al lado derecho de Benjamin, todos miran como parece susurrarle algo al oído. De inmediato y nuevamente saludando a todos se despide. Los presentes se quedaron mirando y parecían comprender lo sucedido. Rápidamente se dispusieron a salir y dejar descansar a la familia, cosa que no ocurriría así puesto que bajo la orientación de Benjamin el trio familiar recogió lo poco que pudo para emprender un camino a otras tierras tal como le dijo aquel desconocido momentos antes en medio de su hogar.