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Día Internacional de las Remesas Familiares - Miguel E. Molano

Día Internacional de las Remesas Familiares
16 de junio


En el complejo tablero de la globalización, donde los capitales fluyen a velocidad digital, existe un tipo particular de transferencia que lleva impreso el sudor de migrantes y el latido de familias separadas por fronteras. Cada 16 de junio, desde su proclamación por la ONU en 2015, el Día Internacional de las Remesas Familiares nos recuerda que detrás de las frías cifras económicas late un sistema de solidaridad transnacional que mantiene a flote economías nacionales y hogares vulnerables.

El fenómeno de las remesas constituye hoy la mayor red de protección social informal del planeta. Según el Banco Mundial, en 2023 circularon 669 mil millones de dólares hacia países en desarrollo, superando con creces la ayuda oficial al desarrollo y demostrando una resiliencia que desafía crisis globales. Pero es en contextos de colapso económico como el venezolano donde este mecanismo revela su verdadera dimensión humana y económica.


Venezuela, otrora potencia petrolera, se ha transformado en un caso de estudio sobre cómo las remesas pueden convertirse en columna vertebral de una economía nacional. Con más de 7.7 millones de ciudadanos -casi el 25% de su población- forzados a emigrar según ACNUR, el país recibe anualmente unos 5.4 mil millones de dólares en remesas, cifra que representa aproximadamente el 6% de su PIB y supera ampliamente los ingresos petroleros.

Los datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) pintan un panorama desgarrador: el 60% de los hogares venezolanos depende parcial o totalmente de estos envíos del exterior. Para el 25% de las familias, constituyen su principal -y a veces único- ingreso. El 70% de estos recursos se destinan directamente a alimentos y medicinas, mientras apenas un 5% logra invertirse en educación o pequeños emprendimientos.

La geografía de estas transferencias traza un mapa preciso de la diáspora venezolana: España (35%), Estados Unidos (30%), Chile (12%), Perú y Colombia (15% combinado) y Europa Occidental (8%) son los principales nodos emisores. Cada ruta cuenta su propia historia: desde el enfermero venezolano en Madrid que envía el 30% de su salario hasta la empleada doméstica en Lima que sacrifica comidas para mandar 50 dólares semanales.

Este flujo constante ha generado profundas transformaciones en la sociedad venezolana. Por un lado, ha permitido la emergencia de una "economía de resistencia" donde el dólar circula en el 68% de las transacciones minoristas. Por otro, ha creado nuevas estratificaciones sociales, con una incipiente "clase remesera" que contrasta dramáticamente con quienes no tienen familiares en el exterior.

Sin embargo, este modelo presenta grietas estructurales. Las comisiones por transferencias oscilan entre el 7% y 12%, muy por encima del 3% ideal establecido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La dependencia es tal que 3 de cada 10 hogares no podría cubrir su alimentación básica sin estos recursos. Además, la fuga de talento es alarmante: el 92% de los migrantes venezolanos tiene educación media o superior.

Frente a estos desafíos, surgen innovaciones esperanzadoras. Fintechs están reduciendo costos de transacción, aunque con nuevos riesgos regulatorios. Algunas comunidades organizan remesas colectivas. Emergen modelos de remesas en especie, con envíos directos de medicinas. Y pequeñas iniciativas buscan canalizar estos recursos hacia inversiones productivas que generen empleo local.

En el fondo, más que un mecanismo económico, las remesas familiares representan un pacto intergeneracional de supervivencia. Son la materialización concreta de ese "allá" que cuida al "aquí", de ese hijo que desde lejos cumple el rol de proveedor que la economía nacional ya no puede garantizar. Constituyen, en esencia, la economía del amor: ese que no conoce fronteras y que, en contextos de crisis, se convierte en el último salvavidas de millones.

Este 16 de junio, al conmemorar su día internacional, vale la pena recordar que cada transferencia escribe una historia de sacrificio y resistencia. Que detrás de cada dólar hay noches de trabajo extra, almuerzos saltados y sueños pospuestos. Y que, en países como Venezuela, estas redes informales de solidaridad familiar están haciendo lo que ningún programa de asistencia internacional o política pública ha logrado: mantener con vida a toda una nación.