Temprano en la mañana del 15 de julio de 1998, luego de saludar a la familia, me preparaba para comenzar un nuevo día de trabajo en el Instituto de la Vivienda regional, cuando recibí una llamada telefónica que me tomó por sorpresa. El reloj en el monitor de la computadora mostraba las 8:10 am y la luz del sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de la oficina, creando una atmósfera de misterio y tensión, gracias a la fuerte lluvia de la noche anterior y que aun persistía, pero en mucho menor intensidad.
Al otro lado de la línea, la voz de Carlos Guevara, sonaba alterada y urgida. Luego de recibir su saludo, expresó sus condolencias, agregando el acostumbrado "mi sentido pésame". Él, escucho que mi madre había fallecido la noche anterior. Mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras trataba de asimilar el impacto de lo que oía.
Confundido en extremo y con voz inquieta, le aseguré que mi madre se encontraba bien, ya que acababa de hablar con ella temprano en la mañana. La tensión en la conversación aumentaba a medida que Carlos, insistía en la veracidad de la información que recibió. El desconcierto se apoderó de mí, pues no podía entender cómo se había producido semejante confusión.
Carlos, un hombre serio y recto, se mostró indignado por la información errónea y mencionó la posibilidad de enemistarse con quien le había dado esa falsa noticia. La atmósfera se volvió aún más cargada cuando me reveló que había recibido la noticia de una fuente confiable, lo que aumentaba la indignación sobre cómo se había generado tan grave equívoco.
Tras aclarar el malentendido, descubrimos que se trataba de otro Alejandro Figueroa, cuya madre lamentablemente había fallecido. El enredo inicial dio paso a un sentimiento de alivio, pero también me dejó reflexionando sobre lo frágil que puede ser la verdad y cómo una simple coincidencia podría haber cambiado por completo mi vida.
Al final de mis labores diarias, ya entradas las seis de la tarde, me aliste para visitar a la familia de la difunta y presentarles mis más sinceras condolencias. Confieso que el llevar el mismo nombre, junto al hecho de aquella tragedia, hizo mella en mi corazón, recordándome la importancia de valorar cada momento que pasamos junto a nuestros seres amamos.
Aquella confusión inicial se convirtió en una historia curiosa, pero cargada de emociones intensas y lecciones profundas sobre la importancia de la comunicación clara y la empatía en medio de situaciones inesperadas.
Al día de hoy, me considero muy amigo de la familia homónima y muchos de sus allegados.
Alejandro Figueroa
Escritor