Marcela y Ernesto eran dos hermanitos que les encantaba ir al mar. Desde pequeños sus padres les llevaban frecuentemente Por lo que eran inmensamente felices cuando esto ocurría. Correr detrás de las gaviotas era para ellos lo máximo. Marcela era la mayor. También la más traviesa e imaginativa de los dos y siempre estaba inventando algo para que sus juegos fueran más divertidos. Ernesto por ser el más pequeño siempre la secundaba. Su madre a veces decía:
-Marcela parece la generala y Ernesto el soldadito.
Y es que ella siempre le ordenaba y él obediente hacía lo que le pidiera.
Un día muy soleado y de mucho viento, le dijo:
-Mira hermanito, no te gustaría ser como este chipichipi que acabo de encontrar.
Y le mostró orgullosa, en su manita un poco temblorosa, el gran hallazgo que escarbando había encontrado. Él un poco asombrado abrió grande, grande sus ojos azules como el cielo y dice:
-¡Oh qué grande es!
Su mente no podía entender lo que su hermanita le decía y le pregunta:
-¿Y cómo podemos lograr eso?
-Bueno… -dice ella entusiasta-, no será muy real, pero tendremos que ser muy creativos y poner a funcionar la imaginación.
Él entre sorprendido e interesado le pregunta:
-¿Y qué es ser creativos y poner a funcionar la imaginación?
Ella muy convencida le dice:
-Bueno… que tenemos que inventar. Sacar ideas de nuestra mente, ponerlo en práctica y luego aunque parezca algo loco e irreal creerlo como si fuera verdad.
-Está bien -contesta él entusiasmado, cerrando los ojitos pícaramente-, seguro nos divertimos mucho. Tú eres muy inventadora.
–¡Anjá, comencemos pues nuestra primera tarea! Dice la niña. Vamos a abrir un hueco en la arena de tu tamaño. Aunque puede ser más pequeño. Ya verás porqué.
Rápidamente comienza a hacerlo con su palita amarilla. El niño la secunda tomando su palita azul con seguridad y entre los dos terminan.
Marcela, con carita graciosa, toma una toalla grande y se la coloca a manera de falda. Luego le pide a Ernesto que se acueste en el hueco y que encoja las piernas lo más que pueda y que si puede, hasta donde le es posible, pegue las rodillas hasta su barbilla. Él obediente, como siempre, lo hace lo mejor que puede. Ella le pide que doble los bracitos, ayudándole siempre, y coloque las manos en su pecho.
-¡Ay manita, es muy incómodo!, se queja él. Ella sonríe y le da una palmadita suave en el hombro-. Calma hermanito que lo vamos a pasar chévere.
Él con carita acongojada, replica:
-¡Ojalá! Porque si no, ya verás!
Ella se quita la toalla y con mucho cuidado cubre a su hermanito, cuidando dejarle la carita descubierta y con determinación procede a cubrirlo con sus manitas ligeras aplastando un poco la arena y rociando con agua que de su cubeta va tomando. Ya listo todo, se ríe a carcajadas, diciendo:
-¡Anjá, ahora me toca a mí cazarte! Lo haré lo más rapidito que pueda, hermanito querido, para que no te desesperes.
Y acto seguido inicia la cacería y de vez en cuando:
-Ya verás cuando te tenga. Te comeré con un poquito de sal y limón. ¡Ay! ¿Dónde estará mi hermanito? De lo que se está perdiendo. No le guardaré ni un poquitito. ¡Qué banquete me daré! Y con lo que me gustan estas conchitas. Ya la boca se me está haciendo aguas.
Ernesto con una vocecita que casi no se escuchaba:
-¡Hermanita, apúrate que me quiero bañar, tengo calor y me pica el cuerpo!
Ella riendo:
-Pero amigo chipichipi. Si aún no te he colocado la sal y el limón. Aunque sal ya tienes. Bueno, mejor. Así te como más rápido -y seguía escarbando.
-¡Al fin te tengo ricura, serás mi bocadito delicioso!
y quitándole un poco la arena y simulando abrirlo y tener un limón lo corta, lo rocía en el cuerpecito del niño que reía a carcajadas, imaginando en su tierna cabecita que era el chipichipi más rico que su hermanita se estaba comiendo