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Barriga de baba - Jesús Guevara


Le dio un templón a la cabuya y el motor sorprendido por la violencia, prendió estornudando, dando brincos y lanzando chorros de agua, como una ballena chiquita, que bañaban de popa a proa a “Culebra”. El motor se fue apaciguando, hasta quedar casi inmóvil, apenas con un resuellito en la posición de neutro, contemplando de reojo a su dueño; siempre duro como una piedra de Imataca; pero que ahora estaba llorando, con las manos apretándose la cabeza, tanto que le puso plana, como la tabla atravesada donde estaba sentado y las lágrimas, que rodaban, haciendo surcos en la carne, eran gotas de plomo derretido, que caían a sus pies y la curiara las apagaba con el agua que tenía en el fondo.

El hombre se incorporó despacio, dando tiempo a que la cara tomara su forma y las lágrimas, de los ojos, se las quitó con las manos y las del fondo las machucó con el remo y las fue tirando al río, con la totuma de achicar y acostumbrado, como estaba, a hablar consigo mismo, con el motor, la curiara, los peces y los palos del monte, en su vida de pescador errante y solitario, por los caños del Orinoco, se dijo: 

—¡Ya está! Un hombre debe llorar cuando tiene una pena muy grande, para que las lágrimas se la saquen del pecho. Lo hecho, hecho está y bien hecho. ¡Un hombre se respeta carajo!

Él se sacó su mujer cuando ella tenía quince años; la trajo de Los Castillos en la curiara, su famosa “Culebra”. Culebra porque cuando estaba caliente se paraba en la punta de la cola y así surcaba el río, tirándole picadas a las olas, porque se torcía para pasar los manglares cerrados, porque bajeaba los peces y siempre regresaba llena; porque se emborrachaba con su dueño y entonces veían la muerte y el diablo, desafiando los toboganes del río. Se casó con ella para darla a respetar, en cinco años juntos, nunca le faltó nada, mucho menos macho ¡Carajo! Y ahora le salía con eso.

Igual que todos,  él lo sabía, desde hacía un año, cuando le amarraron en la proa una calavera de toro, con aquellos inmensos cachos, que tomaron las vueltas del río, mascando tabaco, bebiendo ron de candela, escupiendo lenguas podridas, se metieron por los manglares, se bebieron el agua del río, quemaron los carrizales y dando vueltas lo pusieron a girar en la curiara como un ventilador y le traspasaron el corazón y la cabeza por dentro y las tripas y lo volvieron a traspasar por otras partes, hasta que vomitó por los ojos, la boca, la nariz y el pecho, la comida putrefacta, la leche de la madre que lo crió, el ron, el agua, el amor, la hiel, la sangre, la espuma y hasta la rabia y el odio vomitó y se formó con todo una ola, que arrancó las nubes y hundió la curiara, pero él quedó flotando, con un lastrico de ancla varado en tierra.

Se emborrachó tres veces con el compadre Bernabé, pero éste siempre negó, con gallo y sin gallo, que supiera dónde el cómo se come al cuándo. Así que se sacó los ojos y se los volvió a sacar y se los sacó tantas veces, que llenó de ojos la curiara y los repartió por los caminos, los conucos, los pasos del río, las matas y por todas partes, hasta que no le quedaron ojos en la curiara y entonces dio con la evidencia en su cama, de la que aún debía dos cuotas al turco Alibedrún

Desnudos, haciéndose el amor con delirio. A él no le dijo ni le hizo nada, porque aún no era un hombre, apenas un muchacho mamantón, que con él no tenía obligación. Pero a ella que era su hembra, que le debía respeto, a ella que le estrujaba en el barro pestilente, su amor y su orgullo, a ella, a ella, sí le dio dos tajos con el cuchillo guayacán espalmado y le arrancó de cuajo los dos senos, que cayeron al suelo, todavía turgentes por la excitación, con los pezones erectos hacia arriba, pidiendo caricias de lujuria y amor.

—¡Sí Un hombre se respeta carajo!

Puso en retro el motor, luego en marcha hacia adelante, primero lentamente, hasta que se tapó de las casas, luego en un frenesí desesperado dijo:

—“Culebra”, vamos a jugar con el diablo. 

Y amarró en la propela los cuarenta caballos de su motor. La curiara se paró de manos, dejando la barriga en el aire y la popa enterrada.

—Así me gusta, cuando te mojas el culo —Volvió a gritar. Y el río asustado, serenó sus aguas para que pasara el ventarrón. 

Atrás quedaban otros gritos y los comentarios: 

—Vamos a llevarla al pueblo para que le paren la sangre. 

—¡Ponte la ropa muchacho del carajo y no te quedes ahí parado como un idiota!

—La mancó por puta.

A la policía, que iba detrás, en una lancha voladora, le dijeron en Barrancas: 

—Devuélvanse de aquí. Eso es maldad. Nadie coge a Barriga de Baba en esos caños. Pasó hace mucho. Iba arreando con Mandinga, para cruzar Boca Grande.

Con el mismo guayacán y el canalete, Barriga de Baba picó el río, apartó las aguas, raspó las olas, hizo una escoba de caños y nadaba con los peces, escupía las rayas y mostraba su panza a las babas y cuando le daba frío llenaba de mangles las riberas y corría con los araguatos, por las horquetas y por el aire, mientras la aruca, la guacharaca de agua, y el rayado, llenaban de aroma la gula del monte.

El tiempo comenzó a soltar pedazos, escamas y conchas de su cuerpo, en las aguas de los caños, que iban revueltas con mosure, a las aguas del mar y en ellas iba envuelto en ocasiones el hombre. Venta y compra y “Culebra” sin nombre. Allá va el mosure en las aguas del caño. Allá viene el mosure en las aguas del caño.

El simulacro de luz roja en el botiquín escondía las caras, revolviéndolas con humo y las aporreaba con los gritos electrónicos, tirándolas contra la pared y entre las copas y los vidrios del hambre y la lujuria.

Alucinado escogió la mejor silueta y en la oscuridad del cuarto navegó por todos los rumbos del cuerpo desnudo, hasta que una ola brutal y otra ola brutal, le quitaron el timón y lo trambucaron en la duda del engaño, luego en la desesperación, traspasado por los garfios del dolor y del amor, en la soledad de los caños. Cuando pudo rayar el fosforo demente, dos cicatrices horribles, laceraban también el pecho suyo.



Mosure: = bora = lirio de agua = patico de agua. Vegetación flotante, que cubre parcialmente la superficie de los caños del Orinoco.

Aruca: Ave zancuda de los caños y aguasales