Los cuentos transmitidos oralmente permiten la convivencia y el
ejercicio de la memoria en los adultos mayores.
Como en todos los países de Latinoamérica, Venezuela cuenta con una rica y variada tradición oral, que va desde las rondas, canciones, hasta los cuentos, mitos, leyendas, y por supuesto es difícil precisar el lugar de origen. Muchos de estos, los cuentos y las rondas, por nombrar dos, cuando hacemos la revisión bibliográfica, notamos que, coinciden o son similares a los de otras regiones, claro, el narrador o compilador suele siempre adaptarlo a las condiciones geográficas de la región, al ambiente, entregándonos versiones que recogen de la oralidad.
Cuando recorremos, los llanos venezolanos, por ejemplo, nos encontramos con leyendas que sus habitantes, dan como hechos reales y gracias a la difusión por medio de la música, han traspasado fronteras y suelen escucharse en países, con los que tenemos algo en común; algunas comunidades, versionan en sus terruños y se crean otras historias, pero que tienen esa raíz en nuestra patria. En otros casos, aquí versionamos, rondas, cuentos fantásticos, heredados de las culturas europeas, africanas, resultado de esa mezcla de distintas razas de las que estamos hechos.
También, encontramos, cuentos picarescos, estos están presentes, en toda nuestra geografía nacional, precisamente vestigios de nuestros antepasados. Gracias a algunos escritores, hoy, se pueden disfrutar en libros. El primero que recogió y publicó los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo fue Rafael Rivero Oramas, Luego Antonio Arráiz Lucas, los publica en varios tomos, nuestros niños se apoderan de esta literatura y se siguen versionando.
Esta característica, de modificación del lenguaje que poseen los cuentos de transmisión oral, la encontramos, además, en refranes, adivinanzas, coplas, corridos, poemas, décimas, y hasta en los mitos, con los que nuestros indígenas nos explican el origen de las cosas.
En el siglo pasado era común en los pueblos, reunirse con personas mayores o abuelos, a escuchar estas historias, espacios que además les permitían estimular la memoria, los adultos mayores propiciaban esa convivencia, atrayendo la atención y, lo más valioso sentirse útiles y queridos.
En el estado Monagas son diversos los cuentos que se recrean de forma oral, vemos que en muchos pueblos son comunes las supersticiones, muchos habitantes creen en apariciones de duendes, fantasmas, como la del caballo sin cabeza, la llorona, entre muchísimos que la imaginación permite.
En cuanto a los duendes, que viven en lugares donde hay aguas cercanas, los abuelos contaban que son espíritus de niños que murieron sin recibir el bautismo; y además los hay de varias clases: los hay traviesos, casi no se ven, son espíritus inquietos, hacen travesuras. Los que lloran, su llanto es infantil y se escucha en las noches; los duendes enamorados, son de pequeñas estaturas, se acercan a las muchachas cuando comienzan su adolescencia y las acosan, le hablan al oído y a veces hasta las raptan.
Hoy compartiremos una versión del cuento “Un duende enamorado”, que se recoge en el libro Cuentos de Misterios del estado Monagas del autor Pedro Luis Fuentes. Con el permiso debido de mi estimado profesor, resumo, por el tema de espacio:
…Todo ocurrió en La Sabana de Caripito. La familia Hernández, vivía en una casita pequeña, construida de ladrillos. El techo era de zinc.
Marisela, la hija adolescente de la familia Hernández, estaba en la flor de sus energías vitales. No tardó un duende extraviado en el mundo de las sombras enamorarse perdidamente de ella. Y la oportunidad de manifestárselo llegó un día, cuando los Hernández, recibieron la inesperada visita de unos parientes.
Esa noche, Marisela se vio obligada a dormir en una habitación aparte en dirección al patio…La joven tardaba en conciliar el sueño y a eso de las doce de la noche una figura misteriosa pareció surgir de una rendija de la puerta … ¡era un duendecillo!
El corazón de Marisela latió aceleradamente. Había oído, de labios de viejos residentes, las historias de duendes… y aun cuando temblaba de miedo, tuvo el valor suficiente para articular algunas palabras… —¿Quién eres? ¿Qué buscas aquí?
La respuesta fue ágil, y la forma como pronunciaba cada palabra revelaba a un ser dulce y comprensivo:
—Soy tu admirador, tu eterno enamorado, Marisela. Te he admirado en secreto mucho tiempo, desde la tierra de nunca jamás, en el reino de las almas errantes. Te amo, y quiero que me acompañes hasta el lugar donde habito, para que calmes mi sed de amor y de ternura.
—Mi querido duendecillo, quiero que te vayas, pero te lo digo con cariño. No creas que te estoy despreciando. Solamente quiero que sepas que tu sueño es imposible, pues para mí la vida vale demasiado. Verás: tú perteneces al mundo de los muertos, y yo, al mundo de los vivos.
El duendecillo, lejos de enfadarse, suspiró mientras hacía un gesto de afecto hacia la joven.
Con expresión pensativa, se fue esfumando poco a poco, tan misteriosamente como vino, cerca de la puerta del cuarto...
Marisela, le relató lo sucedido a sus padres, sin que lo supiera nadie más, y decidieron hablar con el padre Raúl en la iglesia de Caripito.
Es necesario actuar con urgencia en este caso. No soy supersticioso, pero es obvio que se trata de un alma infantil que vaga errante, sin ser bautizada.
Les diré lo que haremos: esta noche, a las doce en punto, estaremos en tu habitación, Marisela, a la hora de tu cita con el duende. Lo bautizaremos, y los padrinos serán tus padres —ustedes, el señor y la señora Hernández. De manera, el duendecillo se sentirá halagado, y además su alma, ya bendita, podrá descansar en paz.
Como a las diez de la noche, el sacerdote y los esposos Hernández, junto con su hija, se encontraban reunidos en la habitación de esta última. Oraron y oraron con gran fe y mucha unión. Leyeron las sagradas escrituras.
Por la rendija de la puerta de la habitación comenzó a iluminar un fulgor tenue, amarillo verdoso, que aumentaba lentamente, envuelto en entrañas estrellitas que aparecían emanar de él.
Finalmente... ¡Zasssssss! ¡Se formó la figurilla del duende! Lucía una sonrisa hermosa, y sus ojos risueños, buscando el rostro de Marisela, eran expresión de amor.
—¡Que Dios te bendiga! —le dijo suavemente el padre Raúl.
—¡Hola, mi querido amigo! —exclamó Marisela.
—¡Somos tus padrinos, querido duendecillo! —exclamó el señor Hernández
El pequeño habitante de las sombras balanceaba con gracejo su cuerpecillo, hacia adelante y hacia atrás, rítmicamente.
Luego exclamó:
—¡Por fin encuentro personas afables y de buen corazón! ¡Por fin encuentro gente que no me tenga miedo
—Te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... Llevarás por nombre Luis, y buscarás tu camino al seno del Señor.
El duendecillo comenzó a despedir nuevamente los destellos dorados, tal como un arbolito de Navidad, y la habitación se llenó de minúsculas estrellitas. Sonreía esplendorosamente, feliz, dichoso.
—¡Gracias, muchas gracias a Marisela, al padre Raúl y a mis padrinos! Ustedes son de verdad gente de buena voluntad. Me voy muy contento.
La habitación quedó impregnada con un sabroso olor a rosas rojas.
Desde ese día, no solamente no ha habido más historias de duendes en la casa de la familia Hernández, sino que se han visto colmados por una exuberante abundancia y prosperidad.