Veladero, sur del Estado Monagas, hato El Novillo, una de las fincas más famosas por sus tierras y yacimientos de arenas, aguas y grandes pastizales, todo lo necesario para la ganadería equina, bovina y bufalina. Trabajar allí es placentero y más para aquel que gusta de la cacería y la pesca. Pero cuentan los ancianos que allí trabajaron que no siempre fue así, y nos cuentan esta historia hecha leyenda.
Hace mucho tiempo atrás, existían bandas de feroces tigres que llegaban a los corrales de aquella finca y no solo mataban al ganado, sino también a los que allí trabajaban: hombres, mujeres y niños. De allí que sus cuerpos reposan en un viejo cementerio detrás de la misma. Era desesperante aquel momento; los trabajadores no querían salir a la sabana a buscar el ganado y por miedo renunciaban a aquel trabajo.
Pero un 24 de diciembre llega de visita muy de mañana un amigo del caporal de aquella finca, y al llegar componían dos reses que habían sido muertas esa noche por aquellos tigres. Algunos de los trabajadores afirmaban haber visto a un gran tigre mariposa liderar a aquella banda de carnívoros. Aquel visitante se interesó en lo ocurrido y pregunta a su amigo el caporal, quien con lujo de detalle relata los acontecimientos que allí ocurren. Aquel amigo cuenta al caporal un hecho ocurrido en el estado Bolívar, específicamente en SuaSua, en la entrada de las minas de Payapar, donde también una banda de tigres asolaba esa finca. Aquel visitante era uno de los llaneros.
Esa tarde, al llegar el dueño de la finca, el caporal le presentó a su amigo y le contó cómo en el estado Bolívar había dado resultado, y que allí también daría resultado. Aquel dueño respondió: '¿Qué podemos perder?'... Y en esa misma tarde se trazó el plan. Muy por la mañana se empezó cada quien a lo suyo: el dueño salía y entraba a su finca
—desde aquella tarde se había quedado a dormir—; el amigo del caporal por la mañana salió con unos vaqueros armados a recoger e inspeccionar, y observar detalles como la huella de los tigres. Notifica al dueño de la finca que los atacantes, según las huellas, las hacía el mismo tigre por lo grande de la huella.
En aquella finca se respiraba un aire de esperanza, y muy ansiosos esperaban el resultado. El otro día en la tarde, ya recogido el ganado, tumban al toro padrote y habiéndose fabricado dos pedazos de tubos como bocinas, y en su punta un material acerado y afilado como una lanza lista para matar, colocan aquella arma habiendo recortado el cacho y es atornillada para sujetarla sobre el cacho. Ya aquel toro está listo para matar.
Esa noche se sentía una tensión en aquella finca; solo había quedado fuera de los corrales dos animales como cebo: una ternera y el novillo. Pasa media noche, y el caporal y su gente armada esperan, pero es a las cuatro de aquella noche cuando aquel toro pita alertando a su rebaño que estaba allí aquel depredador. El corazón del capataz propone alumbrar donde se oye el resoplido por la lucha de aquellos dos titanes: el toro padrote y el tigre mariposa. Pero aquel dueño de la finca quiere estar seguro de su toro y ordena no prender la luz. El sudor de aquellos hombres parecía como si una gran lluvia los hubiese empapado. Ya habiendo pasado la oscuridad, se ve la figura de aquel hermoso novillo, cansado pero de pie, con su cabeza ensangrentada y sus dos lanzas con destellos de la sangre derramada por aquel tigre, quien no había dejado de herir al toro en muchas partes de su pescuezo. El caporal se acerca donde, tendido, el tigre aún respiraba y con su arma lo termina de matar; de repente una algarabía entre risas, abrazos, canciones y gritos de llaneros con lo cual demostraban todos juntos aquella inmensa alegría. Esto fue propicio para hacer notar la hermandad que existe entre el obrero y el patrón con toda su gente y que unidos son más fuertes.
Acabado el líder de aquellos feroces tigres, se han dispersado y ha sido un poco más fácil con perros cazadores encaramarlos y eliminarlos, porque en toda empresa y familia existe un líder. Y aquí, al sur del estado Monagas, existe una finca con un líder, un verdadero padrote: El novillo.


