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La Linealidad del Tiempo - Olivia Brazón


Durante toda mi vida había escuchado que el tiempo se describe como una línea recta dividida en pasado, presente y futuro. El pasado referido a todos los hechos, situaciones, pensamientos y emociones vividas, con muchos años de antelación, incluso, minutos antes del presente; “del aquí y el ahora”. Ese "aquí", que en este caso, sería el momento en el que me encuentro sentada frente al computador, escribiendo estas líneas.

El futuro relacionado con aquello que aún no hemos vivido, que se anhela y se pretende vivir, esa fue la manera como nos lo enseñaron y por supuesto aprendimos, sin embargo, recientemente tuve una experiencia particular que quise compartir con ustedes lectores, en donde por fracciones de minutos, puede vivir, por primera vez, la confluencia de los tres tiempos (presente, pasado y futuro), sin distinguir en ese momento quién estaba viviendo y reviviendo esos momentos de la historia, de mi historia vivida, revivida en ese momento y por vivir, traída a ese presente.

Quizás para algunos no tenga mayor relevancia, sin embargo, siempre he sido partidaria de cuestionar las cosa que damos por ciertas y de permitirme experimentar aquellas situaciones que he escuchado y con frecuencia leído en los libros y han sido repetidas por algunos, sin haberlo experimentado.

Confieso que en ese momento no estaba buscando experimentar, comprobar o refutar nada, simplemente fue una experiencia que se presentó para responder una pregunta que me había hecho desde hacía mucho tiempo: ¿Cómo se puede vivir en el presente, pasado y futuro al mismo tiempo?

Les cuento que hacía 23 años que no visitaba el barrio donde crecí y del que tantos recuerdos tengo. Era finales del mes de mayo de 2025, estaba parada en la acera del frente, al pie de los casi trescientos escalones que durante muchos años transité, allí parada, con los ojos bien abiertos, me vi niña, corriendo, bajando los escalones, con mis crinejas tejidas con todo el cuidado y el amor profundo con el que mi madre las tejía para evitar llenarnos de piojos.

En ese instante subía y bajaba; llevando el mandado, botando la basura, regresando de clases con mi amiga Elena, hoy mi comadre, con la bulla de las mujeres orientales que nos caracterizaba... Vi a mis vecinos regresando de sus trabajos con sus bolsitas en la mano.

Me vi de adolescente regresando del liceo; tiempo en el que la responsabilidad de trabajar para mantener a la familia era de mi padre y mi madre ayudaba desde la casa con las empanadas que hacía y mi hermana y yo vendíamos. 

Seguidamente, observé el recorrido cuando inicie mi vida laboral en paralelo a mis estudios universitarios, el casamiento de mis hermanas, el mío propio, la lluvia el día en que me gradué, el trayecto durante mi embarazo: momento en el que realizaba cualquier cantidad de paradas para tomar aire y fuerzas para continuar subiendo los escalones, aunque aprovechaba para saludar a los vecinos. El instante en el que me dirigía a la maternidad y no sabía si apurarme o bajar de espacio, con mi esposo más nervioso que yo, como si el quien iba a parir era él.

No se hizo esperar el instante, cuando bajo la lluvia, ya con mi hijo en los brazos tenía que trasladarme a otro sector para dejarlo en el cuidado diario para irme a trabajar y luego buscarlo al final de la tarde para regresar a casa, con él a cuestas. Además de las subidas y bajadas con un niño que caminaba pero había que esperarlo porque se cansaba.

Escuché y sentí miedo cuando vi las balaceras que se formaban en aquellos tiempos, entre los de arriba y los de abajo por el control de la zona, el temor a ser robados en los días de pago. La herida de uno de los niños del barrio por “una bala perdida”, motivo que me hizo salir de mi barrio tan querido. Para ese entonces ya mis padres y mis hermanos se habían mudado del lugar. Las imágenes de la mudanza de mis padres y la mía estuvieron presentes en ese instante así como el dolor de verlos partir quedándome sola con mi hijo.

Sintiendo el dolor de aquel momento pasado en ese presente, ubicando en mi mente el motivo que me había llevado a Caracas y caí en cuenta que no podía subir ni una mínima parte de todos esos escalones, porque no tenía el paraguas que siempre me acompaña y me permite apoyarme para subir o bajar, posterior al ACV que padecí en el 2022. La nostalgia me invadió al reconocer que no podía subir a saludar a la gente, mi gente de toda la vida. No vi bajar ni subir a nadie mientras estuve parada. Me dije “Sigo buscando la forma de mejorar, sanar y transformarme para apoyar a otros”. Entonces me vi siendo la yo del futuro, implementando las herramientas adquiridas. Ahí estaba, sintiendo que lo había logrado contra todo pronóstico, con la seguridad de quien lo había elegido años antes, enfocada para lograrlo. La alegría brotaba por mis poros al reconocer que no importaba lo que otros pudieran pensar o creer de lo que estaba haciendo, bastaba que yo lo creyera y era suficiente. Era indescriptible la emoción y un Waooo me devolvió al presente, a ese presente en donde pude experimentar en tan poco tiempo las diferentes emociones del pasado tal como las había vivido en cada espacio de tiempo, la visión de un futuro no vivido aún en la realidad, pero sentido con tanta emoción en ese presente. La alegría del futuro experimentada en ese presente y la nostalgia de no poder subir a saludar y abrazar a mi gente convergieron en mi pecho en ese presente, hoy convertido en pasado.

En ese instante, pude sentir todas las emociones del pasado, del presente y del futuro, dándome cuenta entonces que esa linealidad de la que se habla no es real, además pude ver a esa otra yo, a ese yo cuántico, viviendo esa experiencia que ya he creado, entonces concluí que ya está hecho, está dado y pronto se materializará en esta tercera dimensión. Si lo creo lo puedo crear y efectivamente lo creo. Hecho está.